—Sé realista, Zai. Ese tipo es el actual campeón de lanzamiento de eructos de Texas.
—Pero también tiene inclinaciones musicales.
—Estoy desesperada, Zai, no loca. Se supone que ese tipo tiene que ser el hombre de mis sueños: alto, moreno y de ojos azules. Y el primo de Rodrigo tiene una barriga cervecera.
—Es normal, Paula. Tiene que tomar muchos alimentos que generen gases para poder competir. Pero después de la final adelgazó cinco kilos.
Paula pestañeó, intentando contener la inesperada aparición de las lágrimas.
—Es imposible que mi madre pueda creerse que ése es el tipo que le he estado describiendo durante todo este tiempo —sollozó.
—Caramba, estás realmente afectada. Necesitas un hombre y lo encontraremos. Un hombre que no eructe, de verdad.
Pero dos abolladuras de carro más tarde, todavía no habían encontrado a nadie que encajara con la descripción y a Paula le quedaban exactamente diez minutos para regresar a la cocina.
—Allí está —dijo Zaira, tomando un ejemplar del periódico local cuando se acercaban a la caja. Señaló una fotografía—. Éste es el hombre de tus sueños.
—¿Alfonso El Salvaje? ¿El propietario de Wild Man Ribs? —Paula sonrió por primera vez desde que había recibido la llamada de su madre—. Caramba, siempre he deseado salir con un hombre capaz de beber cerveza en las copas de un sujetador.
—Aquí pone que lo hizo con fines benéficos.
—Y yo creo que lo hizo para fanfarronear, su actividad más conocida, cuando no está dedicándose a su negocio.
—Ésa es la imagen que proyectan los medios de comunicación. Conozco a la periodista que le entrevistó para el Dallas Stare año pasado. Por lo que ella dice, este buen hombre invierte gran parte de su tiempo y su dinero en obras de caridad —miró a su amiga—. ¿Lo has visto alguna vez?
—No. Yo siempre me he reunido con Diego Black, el director comercial. Por lo que yo sé, lo único que hace Pedro Alfonso es poner el dinero y utilizar su imagen para hacer propaganda del negocio.
—Una imagen que responde perfectamente a la descripción que le hiciste a tu madre.
Paula estudió la fotografía. Era atractivo, y se parecía ligeramente a su Batman. Cubrió la parte superior de su rostro con un dedo. Sí, tenía posibilidad de convertirse en su supuesto hombre ideal. Y ya tendría oportunidad para encontrar al mismísimo Batman, como había estado intentando hacer desesperadamente durante toda la mañana. Desgraciadamente, su superhéroe no era el voluntario que inicialmente iba a hacer las veces de Batman, Adrián Calhoun. Al parecer, Adrián se había puestoenfermo y en el último momento había llamado a alguien para que fuera en su lugar. Paula no había tenido forma de averiguar la identidad de aquel suplente.Miró de nuevo la foto. De acuerdo, Alfonsp se parecía al tipo que buscaba, pero estaba muy lejos de parecerse a su Batman. Era un hombre rudo y zafio como pocos.
—Déjalo —le dijo a Zaira—. Ni siquiera lo conozco y no me gusta salir con tipos tan brutos.
—Pau, no te gusta salir con nadie. Ése es el problema. Si salieras regularmente con chicos, podrías contar con alguno para esta farsa. Para ser alguien que está en una situación desesperada, estás siendo muy remilgada. Así que ya es hora de que bajes el nivel.
—El nivel que exijo es muy bajo —repuso a la defensiva—. Mira, si ahora mismo apareciera ese tipo delante de mí, consideraría la posibilidad de salir con él, de verdad. Lo que pasa es que siempre he imaginado al hombre de mis sueños como un hombre amable, agradable. Un hombre fuerte y viril, pero no bruto ni machista. Sensible, pero no mentecato. Alguien dispuesto a ayudar a una mujer en apuros y deseoso de hacer algo por la humanidad.
—Estás hablando de Superman, Pau.
—Batman.
—¿Qué?
—Nada, no importa —Paula tomó aire—. Estoy viviendo un momento de desesperación. En realidad, no tengo por qué casarme con ese tipo. Sólo fingir. Así que se acabaron las exigencias. Estoy dispuesta a todo. En el supermercado ya hemos agotado todas las posibilidades, así que tendremos que cambiar de lugar. ¿Qué me dices de tu oficina, hay algún tipo disponible?
—Walter Pemberton, pero no mide ni uno sesenta.
—Supongo que entonces sólo queda una solución —Paula forzó una sonrisa—. Bueno, siempre he tenido curiosidad por conocer a un tipo como Alfonso El Salvaje.
Pedro Alfonso apenas había tenido tiempo de beber el último trago de cerveza cuando vió un puño gigante frente a su rostro. Un gesto un poco exagerado para combatir un amable comentario para un programa deportivo de televisión.
—Venga, sé consecuente con lo que dices. Hagamos una apuesta. Yo gano si admites que Tomás Bradshaw ha sido el mejor jugador de todos los tiempos.
Si Pedro hubiera sido inteligente, habría mantenido la boca cerrada y el brazo derecho lejos de Pablo Mackey, un armario con dos troncos por brazos. Pedro , retirado ocho años atrás con una lesión en los hombros, no tenía ni una sola oportunidad. Aun así, apoyó un codo en la barra y flexionó los dedos.
—Nadie podía batir a Montana. Era más fuerte que Tomás, más joven y más preciso en sus golpes.
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