viernes, 26 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 32

Paula rodó sobre un costado.

—¡Aay! —gritó, sintiendo como si todos los huesos y todos los músculos de su cuerpo hubieran sido golpeados con un bate de béisbol.

Podría ser peor, se recordó. Podría estar encerrada en cualquier armario oscuro. O podría estar muerta. Aquel pensamiento la hizo abrir los ojos, junto con todos los terribles acontecimientos de la noche. Pedro. ¿Estaría aún en su sofá? Tras dejarlo en la sala de estar, ella había regresado a su dormitorio, se había quitado las ropas sucias y se había metido en la cama con gestos mecánicos. Era como si hubiera puesto el cerebro en piloto automático. Cuando había cerrado los ojos, sin embargo, no había experimentado aquella beatífica sensación de alivio del sueño profundo. En cambio, su mente, había empezado a funcionar a pleno rendimiento. Pero no era el rostro aterrorizado de Lucas lo primero que se le había aparecido. Había sido el de Pedro. Y, con él, algunas cuestiones que no había podido responder.  ¿Por qué se había negado a dejarla? ¿Por qué no la había mandado al cuerno por su testarudez y se había marchado? Ahora, con las primeras luces del día, las respuestas a aquellas preguntas seguían eludiéndola.


Siempre se había jactado de su capacidad para ver las motivaciones de las personas. Pero, en cuestión de días, Pedro había conseguido minar aquella capacidad suya. Y ella sabía que intentar entenderlo sería poco menos que imposible. Gruñendo, se giró hacia el despertador y vió que aún no eran las siete. Con todas las obligaciones que él  tenía, probablemente se habría marchado hacía rato. Se levantó trabajosamente y se puso la bata. Hasta que no se tomara una buena taza de café, el cerebro no le funcionaría medio correctamente. Tras una breve visita al baño, se internó descalza en la sala de estar. Y se detuvo en seco. Pedro no se había marchado. Estaba tumbado en el sofá. Se acercó más a él. Desde donde estaba, no podía verle más que la parte de atrás de la cabeza y un brazo que le colgaba por un lado. Parpadeando contra el sol matutino, Paula se acercó más a él. Pero cuando pudo verlo mejor, se detuvo en seco otra vez. No sólo estaba completamente dormido, sino que estaba desnudo… al menos de cintura para arriba. Con las mejillas ardiendo, apartó la vista, dirigiéndola a su rostro. Pero aquello no mejoró las cosas. La barba de la noche hacía su rostro aún más atractivo. Parecía relajado. E indefenso. Qué falsa apariencia… en los dos aspectos. No había nada de relajado ni de indefenso en Pedro Alfonso. De pronto, él respiró profundamente, y los músculos de su estómago se movieron. Como fascinada, ella permaneció con la vista clavada en su vientre desnudo. De pronto, sintió una extraña flojera en todos sus miembros.

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