miércoles, 16 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 5

 A los periodistas les encantaba sacar partido de la relación padre-hija: con titulares como: Un viudo desolado dirige la orquesta mientras su hija, la bailarina, encabeza el reparto. Tal y como habían hecho con su madre cuando estaba viva. En algunos momentos de intensa tristeza, ella lo acusaba de que, en el fondo, le encantaba que lo hicieran. Para duplicar su fama. Pero no era cierto. Él solo quería que las cosas fueran como antes, retroceder en el tiempo y resucitar a los muertos. Pero como era imposible, no le quedaba más remedio que conformarse con su segunda opción. Paula había notado que él había recuperado la alegría cuando ella se creció lo suficiente como para ponerse los zapatos de su madre y desempeñar su papel como bailarina. Pero esa noche no. Esa noche era solo para ella. Nadie haría comparaciones. Al día siguiente, las críticas hablarían de su éxito o de su fracaso, y de nadie más. 


Puesto que había utilizado a su padre como excusa, decidió acercarse a saludarlo. Avanzó entre la multitud ignorando a todos los que la miraban. Eran muchos. Aquella noche, ella era la estrella de la fiesta. Pero no quería hablar con ellos. Ni con los desconocidos, ni con aquellas personas que conocía de la compañía. La miraban como si fuera diferente a ellos, como si fuera alguien de otro planeta, y no un ser humano. En más de una ocasión tuvo que cambiar de dirección cuando le cerraban el paso, o permanecer quieta, en espera de que se abriera un hueco entre el gentío. Todos celebraban el éxito, tras el gran esfuerzo que había supuesto preparar el espectáculo de aquella noche y mostraban su alegría mediante risas y animadas conversaciones. Pero Paula no sentía nada. Ni alegría, ni nada que deseara salir con fuerza de su interior. Excepto, quizá, el deseo de gritar. Desde hacía unos años se preguntaba qué pasaría si algún día lo hiciera. ¿Cómo reaccionaría la gente si Paula Chaves, una mujer reservada, se plantara en el centro de la habitación y gritara con fuerza desde lo más profundo de su alma? La expresión de sus rostros no tendría precio.  Le gustaba aquella fantasía, porque la había ayudado a soportar numerosas fiestas, comidas y eventos. Pero ya no le parecía tan divertida, porque esa noche tenía muchas ganas de convertir la fantasía en realidad. Le apetecía gritar de verdad. Y el deseo era tan irresistible que la asustaba.


Continuó avanzando hasta donde estaba su padre y se percató de que él no la había visto llegar porque estaba conversando con el director artístico. Oyó que mencionaban su nombre. Ninguno de los dos parecía contento.¿No había actuado bien esa noche? ¿Los había decepcionado? La idea hizo que el pánico se apoderara de ella y, cuando estaba a punto de interrumpir la conversación de su padre, giró hacia la derecha y aprovechó un hueco entre la gente para alejarse de allí. Curiosamente, una vez que empezó a caminar no pudo parar. No hasta que salió de la fiesta, bajó por las escaleras hasta el recibidor, dejando la copa de champán sobre la barandilla, y atravesó la puerta giratoria para salir al exterior, donde el aire fresco de la noche acarició sus pulmones. Permaneció allí, pestañeando. ¿Qué estaba haciendo? No podía marcharse. No podía escapar. Su padre estaría esperándola. Y los patrocinadores y el personal de dirección querrían saludarla. 

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