lunes, 14 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 66

 –Depende de varias cosas –respondió él frunciendo el ceño–. Tal vez a Alemania durante un par de semanas.


–Entiendo... 


Por fin lo entendía. Aquello era el final. Sabía que llegaría tarde o temprano. Probablemente él la apoyaría durante una o dos semanas más. Sin duda, compartiría alegremente su cuerpo con ella mientras estuviera en la ciudad. Después de eso, Paula estaría sola. El dolor se apoderó de ella. Respiró suavemente por la boca para tratar de encontrar alivio, pero no lo consiguió. Decidió que no podía seguir allí sentada, dejando que él la mirara como si ella fuera su último trofeo del éxito, la prueba viviente de que Pedro Alfonso podía conseguir todo lo que se propusiera. Decidió que lo mejor que podía hacer era disfrutar de cada minuto que le quedara sin mirar atrás. Era ella quien había roto las reglas esperando más. Rezó para ser capaz de ocultarle sus sentimientos.


–Jamás creí que pudieras hacerlo, Pedro –dijo–. Gracias.


–Ha sido un placer, Paula...


Aquella respuesta fue lo que necesitaba escuchar. Podría quedarse allí, alargando aquello hasta que no tuviera fuerzas para seguir o no esperar hasta que él tomara la decisión de que ella tenía que marcharse. Se levantó de la silla.


–Ahora, si me perdonas, voy a hacer la maleta –dijo–. Agradezco mucho tu ayuda, pero prefiero no quedarme en Roma.


Pedro se quedó perplejo.


–¿Cómo has dicho?


–Es hora de que regrese a casa. Estoy segura de que lo comprenderás.


Mientras volvía a dejar la taza de café sobre la mesa, la mano le temblaba.


–No lo entiendo. Tal vez me lo puedas explicar.


¿Cómo podía tener tantas ganas de marcharse? La indignación se apoderó de él. Hacía pocas horas que la había tenido entre sus brazos gritando su nombre al alcanzar la cumbre del placer. Además, sobre lo de regresar a casa, sabía tan bien como ella que no tenía casa. Su madrastra había vendido la intimidad de Paula por un puñado de libras.


–Soy inglesa, Pedro. Quiero regresar a Inglaterra.


–Hace semanas que no dices nada de volver...


–Bueno, parecía evidente que la prensa no me dejaría en paz – replicó ella encogiéndose de hombros–. Tú me diste un lugar en el que refugiarme y te lo agradezco mucho.


¿Era eso lo único que él le había dado?


–Llevo en Italia desde que salí de la cárcel. Quiero irme a casa. ¿Te das cuenta de que, incluso después de salir de la cárcel, no he podido elegir dónde estaba ni siquiera por una noche?


¿Se estaba quejando Paula del modo en el que él la había protegido o sobre el hecho de estar con él? ¿Cómo era posible? Ella le había acogido tan de buen grado en su cama...


–¿Habrías preferido que te dejara en manos de la prensa? –le espetó él. No quería su gratitud, pero había esperado mucho más que aquello. La ira se apoderó de él–. Sabes que lo hice por tu bien.


–Sí. Te agradezco mucho todo lo que has hecho por mí, pero ha llegado el momento de que camine sola.


Pedro apretó la mandíbula. No le gustaba el tono de finalidad que había en su voz. Quería decirle que no podía marcharse, pero, ¿Qué derecho tenía a impedírselo? Tan solo el hecho de que él no estaba preparado para dejarla marchar, al menos mientras siguiera ardiendo entre ellos la pasión. ¿Acaso no lo sentía ella también? ¿O era que ella simplemente se había aprovechado de lo que le ofrecía y se deshacía de él cuando ya no le interesaba?

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