lunes, 14 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 70

 –Por favor, te ruego que me sueltes.


–No lo haré hasta que me mires, Paula.


De mala gana, ella giró la cabeza y permitió que sus miradas se cruzaran. Pedro se llevó la mano a los labios y se la besó. Entonces, le dió la vuelta y le besó suavemente la palma. Ella tembló delicadamente. Con un suspiro, él le soltó la mano y dejó que ella se la recogiera sobre el regazo como si le quemara.


–Fui un necio por dejarte marchar, Paula. Lo lamenté en el mismo instante en el que te fuiste.


–No era cuestión de que tú me dejaras o no. La decisión fue mía.


–Solo porque yo no era capaz de ver lo que tenía ante mis ojos.


–¿Qué es lo que estás diciendo, Pedro?


–Estoy diciendo que lo que hay entre nosotros es más importante que el deseo. Siempre lo ha sido, a pesar de que yo no quise confiar en mi instinto. Te estoy diciendo que te quiero a mi lado, Paula. En Roma o aquí en Inglaterra si lo prefieres. Te quiero en mi vida.


Ya estaba. Lo había dicho.


–No te creo.


–Fui un estúpido por dejarte marchar, pero era demasiado orgulloso como para suplicarte que te quedaras.


–No te imagino suplicando nada.


–¿No?


–No. Eres demasiado arrogante. Demasiado seguro de tí mismo. ¿Qué es exactamente lo que quieres, Pedro? ¿Qué clase de juego es este?


–Jamás en toda mi vida he hablado más en serio.


Paula observó asombrada cómo él se levantaba de su silla y se arrodillaba delante de ella.


–Pedro, ¿Qué estás haciendo?


–Suplicarte, carissima.


–No lo comprendo –susurró ella mientras Pedro le agarraba la mano.


–Ni yo tampoco. Antes, estaba demasiado seguro de mí mismo. Demasiado contento con mi éxito por haber conseguido demostrar tu inocencia y aliviado por haber podido compensarte después de tantos años, tanto que no me paré a pensar lo que estaba ocurriendo entre nosotros. Pensaba que lo tenía todo. La satisfacción de ver por fin que se hacía justicia contigo, tenerte en mi cama, disfrutar del sexo contigo... No había pensado más allá, tal vez porque lo que quería me daba miedo. 


–Mentiroso –dijo ella–. Tú jamás has tenido miedo de nada.


Una vez más, Pedro le agarró una mano y se la llevó a los labios.


–Estaba absolutamente aterrorizado, tanto que no podía pensar bien. Cuando tú me recordaste que no habías sido libre desde el momento en el que saliste de la cárcel, ¿cómo podía detenerte? Tú te merecías el derecho a tener la vida que deseabas.


Pedro examinó el rostro de Paula, pero no pudo leer sus pensamientos.


–Déjate de rodeos, Pedro. ¿Qué es exactamente lo que quieres? ¿Quieres que yo siga siendo tu amante mientras estés en Inglaterra? ¿O en Roma... hasta que te hayas cansado de mí?


–¡No! Quiero mucho más. Lo quiero todo. Me enamoré de tí años atrás, durante aquel mágico día en Roma. Después, tuviste que enfrentarte a ese horror, pero yo no pude olvidarte nunca... Cuando volvimos a encontrarnos, me enamoré de tí una vez más.


–No lo creo. Estás hablando de sexo. 

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