lunes, 3 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 21

—Le pedí matrimonio a la mujer equivocada.

¿Había oído bien? ¿El soltero más codiciado del hospital?

—No sabía que estuvieras casado.

—No lo estoy. No lo he estado nunca.

—Entonces no lo entiendo.

Pedro dejó escapar un largo suspiro.

—Cuando estaba en la universidad me enamoré de una estudiante de arte. Ese fue el primer error. Las matemáticas y la ciencia le daban urticaria. Imagínate eso en esta familia. Pero era muy guapa, alegre y llena de vida. Un soplo de aire fresco. No se parecía a nadie que yo hubiera conocido con anterioridad.

—¿Y le pediste que se casara contigo?

Pedro asintió.

 —Iba a ir a la facultad de Medicina y quería que viniera conmigo. Aquello era muy romántico. ¿Quién lo hubiera esperado de él?

—¿Qué pasó?

—No esperaba que me diera las gracias por pedírselo y me rechazara.

 Paula no podía creer que hubiera oído bien.

—¿Te dijo que no?

—Sí —no había ni asomo de humor en su tono ni en su expresión—. Mi segundo error fue contárselo a mi hermana. Se lo dijo a todo el mundo. Mis padres me dijeron que estaban asombrados por mi elección. Aquella chica era completamente inapropiada. No les caía bien y se preguntaban qué había visto en ella.

—Echaron sal en la herida —murmuró Paula.

—Sí —la voz de Pedro sonaba triste, como si el recuerdo todavía le doliera—. No endulzaron lo que pensaban. Me dijeron sin tapujos que perder el tiempo con ella había sido un error garrafal. Así que, sin haber llegado a cometer el error de casarme con ella, ya me lo achacaron.

Paula le puso la mano sobre la suya en gesto de simpatía.

—Son un grupo duro.

—No tienes idea —murmuró él con expresión compungida.

Ni la tendría nunca. Si alguno de ellos averiguaba su secreto, Pedro tendría que escuchar una charla sobre bajar el listón al mezclarse con gente como ella. Nada de tener una cita, y mucho menos de enamorarse. Paula era sin duda una pérdida de tiempo. La familia Alfonso no toleraría que su primogénito tuviera una relación con una mujer que se había quedado embarazada y había entregado a su bebé en adopción. La última parte era lo que resultaría imperdonable, porque enfrentarse a los errores era una responsabilidad. Lo cierto era que, si Paula no podía perdonarse a sí misma, ¿Cómo iba a esperar que lo hicieran los demás?  Pero la confesión de Pedro le hacía parecer más humano. Si se hubiera quedado apartada en la zona de confort del Centro Médico Mercy en Las Vegas, nunca habría sabido que aquel hombre que tenía tantas mujeres había resultado herido una vez. Eso explicaba que sus relaciones fueran tan superficiales. Sería mucho más fácil si fuera el imbécil que ella había creído que era.

A última hora de la tarde, Federico se había ido a casa y su hermana gemela se llevó a su agotada familia a la planta de arriba para acomodarles para la noche. Paula estaba sentada en el porche con el resto de los Alfonso y Pedro estaba a su lado. Otra vez. Se estaba convirtiendo en una costumbre, y el jurado todavía tenía que decidir si era una buena costumbre o no. Cada vez que se rozaban los brazos o las piernas sentía un escalofrío. Había intentado un par de veces excusarse y entrar en la casa, pero o bien Pedro o bien sus padres se lo habían impedido incluyéndola en la conversación.

—De verdad, Paula, no sé cómo agradecerte que me hayas ayudado a poner la mesa para la cena —Ana estaba sentada frente a ellos, al lado de su marido—. Una mano extra supone una gran diferencia cuando hay niños. Y no me refiero solo a los hijos de Carolina.

—No he hecho nada —protestó Paula.

—No es eso lo que yo he visto —Pedro se giró para mirarla y su pierna rozó la suya. Pero no la retiró—. Mi madre te ha tenido horas en la cocina.

Paula  confió en que la mirada que le lanzó fuera visible bajo la luz de la luna y que retirara la pierna.

—Es lo menos que puedo hacer para agradecerles a tus padres su hospitalidad. Y tú no has hecho absolutamente nada.

—¿Perdona?

—Había verduras que cortar. Fruta que pelar y cortar en cubitos. No estabas por ninguna parte.

Pedro se cruzó de brazos y le rozó el hombro.

—Estaba concentrado en un juego muy competitivo con mis sobrinos para ver quién se convertía en el rey de la piscina.

—¿Ah, sí? —preguntó Paula  con sarcasmo alzando una ceja—. ¿Y quién ha ganado?

—Yo.

—Tu habilidad habría sido de mayor utilidad en la cocina. Eres cirujano, podrías haber cortado las rajas de melón con precisión quirúrgica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario