viernes, 14 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 51

Paula miró a su alrededor. Varias mujeres levantaron la vista hacia ellos y luego la apartaron. Todavía no se le notaba el embarazo y ya se sentía como el elefante de la sala.

—Pero esto es algo muy íntimo. Es una exploración.

Pedro lo entendió entonces.

—De acuerdo.

—Cuando llegue el momento, te pediré que entres. Si es que quieres.

—Sí quiero.

Había una intensa firmeza en su mirada, y Paula sintió la tentación de pensar que se trataba de una señal de que ella le importaba. Pero no era tan estúpida.

—De acuerdo —asintió—. Le diré a la enfermera que salga a buscarte.

Siguió a la joven por el pasillo hasta la sala de reconocimiento donde estaba la camilla con estribos que todas las mujeres odiaban. En la pared había varios pósteres con imágenes de embriones y fetos en varias fases de desarrollo.

—Encantada de conocerla, señorita Chaves—la saludó la enfermera, una mujer de treinta y pocos años—. Tenemos que pesarla y medirla.

—Eso es una prueba dura —bromeó Paula.

—No parece que tenga usted motivos para preocuparse. Por cierto, mi nombre es Karen. Me verá mucho durante los próximos meses —le indicó la pesa que había en la esquina de la sala—. Es importante asegurarse de que gane usted suficiente peso durante el embarazo, pero no demasiado.

—De acuerdo —Paula ya lo sabía. Había apuntado en el historial médico que ya había tenido un embarazo, pero Karen no lo había visto todavía.

Tras apuntar el peso y la talla, Paula le señaló la bata que había sobre la camilla.

—Quítese toda la ropa y póngase eso. La doctora llegará enseguida.

—Gracias.

Paula hizo lo que le había indicado y luego se subió a la camilla. Unos instantes más tarde llamaron a la puerta justo antes de que entrara una guapa rubia de ojos azules. Parecía una adolescente disfrazada con pijama azul de quirófano para Halloween.

—Hola, Paula. Soy Leticia Hernandez.

Tras estrecharle la mano, Paula se la quedó mirando.

—No te ofendas, pero quiero ver tu carné de identidad. No me pareces suficientemente mayor para haber terminado la universidad, ni mucho menos la residencia médica.

La otra mujer se rió.

—Me pasa mucho. Adelanté varios cursos en el colegio, pero te aseguro que tengo la preparación adecuada. No eres la primera que quiere ver mis credenciales.

—Estaba de broma, tienes una gran reputación. Mi mejor amiga, Zaira Morales, es una de tus pacientes.

—Ah —Leticia la miró fijamente—. Mi asistente mencionó que el doctor Alfonso, el cirujano cardiotorácico, insistió en que te viera enseguida.

—Es el padre del niño —no había razón para ocultarlo—. Está esperando en la sala.

La doctora asintió.

—Hablaré con los dos cuando hayamos terminado aquí.

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