miércoles, 12 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 47

¿Estaba enfadado? ¿Asustado? ¿Desilusionado? Paula suspiró.

 —Es mi decisión. No tienes por qué involucrarte. No es tu responsabilidad.

—Claro que lo es —sus ojos verdes echaban chispas.

 Paula trató de decirse que era mejor la furia que la frialdad con la que se había comportado desde que entró en su casa.

—Puedo ocuparme de mí misma y de mi hijo.

Pedro se incorporó y la miró.

—También es mi hijo.

—A algunos hombres eso no les importa —ella tenía pruebas de la verdad de aquellas palabras.

—Yo no soy como algunos hombres. No soy él.

Una parte de Paula deseaba bajar la guardia. El resto estaba demasiado cansado. No tenía energía para explicar que era más fácil pensar lo peor que tener esperanza y quedarse completamente destrozada cuando las cosas no salieran como ella esperaba. Se levantó y le miró a los ojos.

—No quiero que creas que quiero ponerte esto más difícil todavía de lo que ya es.

—No te preocupes por mí. Puedo cuidar de mí mismo. Pero no puedo creer que pienses que le daría la espalda a mi responsabilidad.

Así que eso era todo. El dardo dió en el blanco y Paula contuvo un escalofrío.

—De acuerdo entonces —dijo—. Supongo que no hay nada más de que hablar.

—Hay muchas cosas de las que hablar, pero no esta noche —Pedro se dirigió a la puerta y puso la mano en el picaporte—. Llama al ginecólogo. Puedo recomendarte alguno.

—Yo lo buscaré.

—Concierta una cita y avísame de qué día es. Estaré allí.

Porque se sentía obligado. Cuando se hubo marchado, Paula se apoyó contra la puerta y se llevó las manos al vientre en gesto protector. No era más que una responsabilidad para él, y eso le rompía el corazón porque quería ser mucho más.


Una semana más tarde, Paula fue al trabajo aunque no se había sentido tan cansada en su vida. Últimamente le costaba trabajo conciliar el sueño como resultado de estar embarazada, decirle a Pedro que iba a ser padre y la expresión fría de su rostro al contárselo. Cuando finalmente se dormía tenía pesadillas. Estaba agotada, pero no podía permitirse faltar al trabajo. Cuando por fin llegó la hora de salir estaba exhausta. Comprobó el correo para asegurarse de que no hubiera algo que requiriera su atención hasta el día siguiente y luego apagó el ordenador. Entonces llamaron a la puerta de su despacho y Zaira entró antes de que ella abriera.

—Hola, Pau, ¿Qué tal? —su amiga entró vestida con un vestido premamá azul y se pasó instintivamente las manos por el cada día más abultado vientre.

Fue entonces cuando Paula se echó a llorar. Dios, cómo odiaba sus hormonas.

—Oh, Dios mío, ¿Qué pasa? —Zaira se acercó al instante a abrazarla—. Vamos, sea lo que sea puedes contármelo, ya lo sabes. Pero tienes que dejar de llorar.

—No… no puedo —sollozó. Su amiga tomó asiento delante de ella.

—¿Tan terrible es? ¿Has matado a alguien?

—Por supuesto que no —Paula levantó finalmente la cara y parpadeó para sacudirse las lágrimas—. Estoy embarazada.

—De acuerdo. Ya hemos avanzado algo —Zaira  trató de mostrarse calmada, pero no pudo disimular el shock—. ¿Lo sabe Pedro?

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