domingo, 23 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 11

Pedro  no sabía qué pensar ni cómo sentirse tras haber salido el día anterior de la consulta del médico. Ésa era la única razón que se le ocurría para haberse pasado por su departamento sin avisar. Tras aparcar al otro lado de la calle, llamó a la puerta de Paula y esperó. Al ver que no había respuesta, volvió a llamar y entonces se abrió la puerta de al lado. Apareció la pelirroja Camila Gates. Detrás de ella se escuchaba llorar a un niño.

—¿Qué quieres? —le preguntó con brusquedad.

—He venido a ver a Paula. Y Olivia.

—Pau no está en casa —respondió la joven con desconfianza.

Camila lo miraba con hostilidad. El niño seguía llorando sin cesar.

—¿Quién llora así?

 —Es Franco, el hijo de mi compañera de piso, Laura. Está enfermo.

—¿Qué le pasa?

—Probablemente sea un catarro —la joven se encogió de hombros.

—¿Tiene fiebre? —preguntó Pedro.

—Sí, un poco.

—¿Quieres que le eche un vistazo?

—¿Eres médico? —preguntó una voz detrás de Camila—. ¿Pediatra?

Pedro asintió y entró en el departamento, que era una réplica del de Paula. Una joven rubia que tendría la edad de Camila avanzó hacia él con un niño pequeño lloroso en brazos.

—Yo soy Laura. Y éste es Franco. Si eres médico… ¿Podrías examinarlo? — preguntó con la preocupación reflejada en sus ojos azules.

—Claro.

Otro bebé, Benjamín, recordó, estaba en una colcha al lado del sofá rodeado de animales de peluche. El niño parecía limpio y bien alimentado.

Pedro se acercó a Laura.

—Hola, amigo —le dijo al niño lloroso que tenía en brazos—. ¿No te encuentras bien?

Pedro le palpó el cuello en busca de nódulos, pero no encontró nada anormal.

—Le acabo de tomar la temperatura —dijo Laura—. Tiene treinta y ocho.

Pedro  asintió.

—No es tanto. ¿Tienes una linterna? Me gustaría mirarle la garganta.

—Hay una en la cocina —dijo Laura entrando y abriendo un cajón.

—Déjala en la encimera y veamos si podemos conseguir que abra mucho la boca—. ¿Qué edad tiene?

—Dieciocho meses.

Laura  hizo lo que le decían y, cuando Pedro se acercó, Franco comenzó a llorar, lo que significaba que estaba abriendo mucho la boca. Él acercó la luz y le vió la garganta un poco roja.

—No tengo otoscopio para verle los oídos —se lamentó Pedro—. ¿Se ha estado tocando las orejas?

—No —Laura acarició la frente de su hijo—. Tuvo una infección de oído a los seis meses, y desde entonces he estado atenta. Pero no está siendo él mismo ahora.

Pedro  tampoco tenía estetoscopio, así que apretó la oreja contra el pecho del niño para escuchar alguna señal de dificultad respiratoria, pero todo parecía normal.

—¿Qué le pasa? —preguntó Laura.

 —Creo que es sólo un resfriado.

—Eso fue lo que yo dije —intervino Camila.

—¿Hay alguna medicina que pueda tomar? —quiso saber Laura fulminando a su compañera de piso con una mirada.

—Un antipirético le hará sentirse más cómodo. El antibiótico no ayudará porque tengo la impresión de que se trata de un virus —que Franco seguramente le habría transmitido ya a su compañerito de piso—. ¿Ha mostrado Benjamín señales de encontrarse mal?

—Todavía no —aseguró Camila—. Pero lo estoy observando. Estamos intentando mantenerlos todo lo separados que podamos.

—Eso sería lo mejor. Y lavense las manos con asiduidad —Pedro asintió—. En cuanto a otro tipo de medicación, no es necesaria. Si toma antibióticos sin que le hagan falta, desarrollará una tolerancia a ellos y no funcionarán cuando de verdad los necesite.

—De acuerdo —Laura asintió—. ¿Hay algo más que yo pueda hacer?

—Que tome líquidos. Soda diluida. Zumo. Agua. Asegúrate de que moja los pañales. Eso significará que está bien hidratado.

—Eso he estado haciendo —le dijo Laura.

—Y si le sube la fiebre a treinta y nueve, llévalo a la sala de urgencias del Centro Médico Misericordia para que le eche un vistazo.

—No podemos permitirnos ir allí —aseguró Laura con expresión sombría—. No tenemos seguro médico. Si alguno de los dos tiene que ir a urgencias, no sé qué vamos a hacer.

—Paula sabrá qué hacer —intervino Camila—. Ella siempre encuentra solución.

—No sé qué haríamos sin ella —reconoció Laura.

Las dos chicas hablaban de Paula  como si tuviera alas y caminara sobre el agua. Pero Pedro  sabía que no era así. Los ángeles no mentían respecto a tener un hijo. Alguien llamó a la puerta con los nudillos y Camila fue a abrir.

—Hola, Pau.

—Hola, ¿Qué tal está Franco?

—El médico dice que seguramente sea sólo un resfriado —explicó la adolescente.

—¿El médico? —Paula entró llevando a Olivia en brazos—. ¿Pedro?

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