viernes, 21 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 3

Dos días después de que Paula Chaves volviera su mundo del revés, Pedro estaba sentado en una cafetería de Eastern Avenue, preguntándose si ella aparecería. Si había cambiado de número de móvil, no sería capaz de contactar con ella. Ya no vivía en la dirección en la que tantas veces la había recogido para salir a cenar y donde después le había hecho el amor. La había echado de menos cuando desapareció.

Cuando fue a buscarle a la sala de urgencias, él había tenido que salir a ocuparse del bebé. Por suerte había sido sólo una brecha sin importancia en la cabeza que se cerró con unos cuantos puntos y que probablemente el niño no recordaría. Pero él no tenía tanta suerte, no podía olvidar las palabras de Paula: «Nuestra hija». Tenía once meses. Sabía que  no era mentirosa, y parecía enfadada y sorprendida al ver que él no la creía.

Pedro  le dió un sorbo a su café y miró el reloj por enésima vez. Eran las seis y cuarto, ya casi había oscurecido. Paula había escogido el punto de encuentro, territorio neutral, porque no quería darle su dirección. Alzó la vista y la vió avanzar hacia él. Tras todos aquellos meses y ese lío en el que estaba intentado meterle, ¿cómo era posible que le diera un vuelco al corazón al verla? Tenía una boca hecha para besar. Aquellos labios carnosos lo habían excitado más veces de las que podía contar.

—Siéntate —le dijo cuando ella estuvo a su lado. Llevaba una fina camiseta amarilla de tirantes y pantalones blancos. Estaba muy sexy.

—¿De qué quieres hablar? —le preguntó—. Dejaste tu posición muy clara. En lo que a mí respecta, no queda nada más que decir.

—Yo no había terminado cuando te marchaste el otro día —dijo Pedro alzando la vista para mirarla—. Si es mi hija, ¿Por qué no me dijiste que iba a ser padre?

Paula dejó escapar un suspiro y dirigió la vista hacia la ventana. Había un gran atasco de coches en Eastern. Allí dentro hacía fresco, pero en la calle habría más de cuarenta grados. Estaban en Las Vegas y era julio.

—¿Recuerdas la última vez que estuvimos juntos? —le preguntó tomando asiento frente a él.

—Sí —por supuesto que se acordaba—. Un instante todo estaba perfecto y al minuto siguiente dijiste que habíamos terminado. No es fácil que un hombre olvide algo así.

Paula sonrió de medio lado, pero sin atisbo de humor.

—Es difícil que un hombre como tú olvide algo así porque siempre eres tú quien pone fin a las situaciones. Conmigo no fue así y eso te molestó.

El hecho de que tuviera razón no ayudaba. A Pedro le gustaban las mujeres, y era correspondido. Terminaba las relaciones antes de que se volvieran formales. Pero con Paula no estaba preparado para poner fin a su historia.

—Me pilló por sorpresa —fue todo lo que admitió.

Los grandes ojos marrones de Paula parecían heridos.

—¿Recuerdas la última conversación que tuvimos?

—Refréscame la memoria.

—Sé lo que opinas sobre el compromiso.

—Nunca hablamos de eso —protestó Pedro.

Paula  compuso un gesto de desdén.

—Todas las mujeres del hospital y probablemente del área metropolitana de Las Vegas saben que tú no haces promesas.

—La medicina es una profesión muy exigente.

—No estoy hablando de salir a cenar y al cine el sábado por la noche. Tu aversión hacia las responsabilidades, el compromiso y la lealtad es legendaria. Eres tan poco profundo como una bandeja.

—Eso es muy poco amable.

—Pero es la verdad. Yo lo sabía la primera vez que salí contigo. No me importaba. Yo tampoco quería nada estable. Me venía tan bien como a tí, tal vez incluso mejor.

—Pero ¿De qué hablamos en esa conversación?

—Sólo te pregunté si algún día querrías tener hijos. Eres pediatra, y no es tan descabellado asumir que quisieras ser padre. ¿Recuerdas tu respuesta?

—No en detalle.

—Yo sí —los ojos de Paula se oscurecieron todavía más—. Soltaste un discurso de cinco minutos sobre lo que no iba a pasar. Dijiste que nada podría atarte bajo ningún concepto y que, si yo quería subirme al tren del compromiso, tú te bajabas en la próxima estación. Me dijiste que no querías ataduras, y añadiste con voz firme que nada podría hacerte cambiar de opinión.

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