miércoles, 12 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 46

—Tengo náuseas y no me apetece comer. Y estoy muy sensible —y le dolían los senos, pero eso no se lo contó.

—¿Y te sentías así cuando estuviste embarazada la otra vez?

—Sí —aunque habían transcurrido muchos años, el trauma emocional de verse embarazada a los diecisiete años le había dejado cicatrices en el corazón.

—¿Has ido al médico?

—No.

—Tienes que ir —afirmó Pedro.

—Lo haré —Paula tomó asiento en el sofá con piernas temblorosas. Si la miraba desde arriba, que lo hiciera. Se cubrió el rostro con las manos.

—¿Te encuentras bien?

Y él se lo preguntaba. Hasta el momento no había sonreído ni la había tocado. Desde la noche en que perdió a aquel paciente, siempre que entraba en su casa la estrechaba entre sus brazos y la besaba hasta que se quedaba sin aliento. Ahora necesitaba un abrazo más que nunca en su vida.

—¿Pau?

 Ella suspiró y bajó las manos.

—No puedo creer que haya cometido el mismo error.

—Éramos dos —afirmó Pedro en voz baja.

—En cualquier caso, un embarazo no planeado es un error. Pero hacía tanto que un hombre no me abrazaba…

—No sigas.

—No puedo evitarlo —cuando estaban en Dallas, cuando él la tocó, el deseo se hizo insoportable. En lo único que podía pensar era en estar con él. Fue la experiencia más maravillosa de su vida. Pero este Pedro tan serio, tan diferente al hombre encantador y cariñoso que había llegado a conocer, se estaba convirtiendo en lo peor de su vida.

Paula le miró a los ojos.

—Aquella noche no pensé en la protección.

—Yo tampoco —había furia en sus ojos, pero no había forma de saber si iba dirigida hacia ella o contra sí mismo—. Y yo tengo más experiencia.

Paula sintió un nudo en la garganta y rezó para que los ojos no se le llenaran de lágrimas. Esperaba que Pedro no viera el daño que le hacían aquellas palabras. Las malditas hormonas lo empeoraban todo. Había bromeado con él sobre todas las mujeres con las que había estado, pero ahora no quería ni oír hablar de ello.

—¿Quieres que te traiga algo de beber? —le preguntó.

 —¿Tienes whisky?

 Ella sacudió la cabeza.

—Solo cerveza o vino. O agua.

—No, gracias.

Desde la perspectiva de Pedro tenía sentido que necesitara algo más fuerte para enfrentarse a la noticia. Pero Paula odiaba ser un problema para el que hiciera falta tomar alcohol.

—Quiero que sepas que manejaremos esto juntos, Pau.

 ¿Manejar? ¿Esto? Paula experimentó un profundo instinto de protección. A los diecisiete años había hecho lo que creyó mejor, y durante todos los días de su vida viviría confiando en haber tomado la decisión correcta. Tal vez ahora hubiera cometido el mismo error, pero el resultado no sería el mismo.

—Y yo quiero que tú sepas que voy a quedarme con el niño, Pedro.

—De acuerdo —en su voz no había ni rastro de emoción.

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