viernes, 14 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 52

La exploración ginecológica terminó unos minutos más tarde y Paula se vistió. Luego le indicaron que se dirigiera al despacho de la doctora Hernandez, que estaba sentada tras su enorme escritorio de roble. Pedro ocupaba una de las sillas y ella se sentó a su lado y deseó que le tomara la mano, pero no lo hizo. Leticia les sonrió.

—Enhorabuena, van a tener un bebé. Estás de unas cuatro semanas, Paula. Tu estado de salud parece excelente y todo marcha bien.

La confirmación de que todo estaba bien fue un alivio para Paula.

—Tienes que tomar vitaminas —continuó la doctora—. Y hacerte revisiones regulares. Cualquier duda que tengas, no dudes en llamarme.

Se despidieron de Leticia y se detuvieron en el mostrador de recepción para concertar una nueva cita antes de marcharse. Cuando salieron a la calle los dos se pusieron las gafas de sol. Paula no pudo evitar pensar que ambos estaban protegiéndose con escudos.

—¿Vas a volver al hospital? —le preguntó él.

—No, me he tomado la tarde libre. Gracias por venir, Pedro.

Se puso en marcha pero él la detuvo

. —Voy a seguirte hasta casa.

—No hace falta.

—Discute todo lo que quieras, pero no voy a cambiar de opinión.

Como si pensara que Paula necesitaba ver que decía la verdad, Pedro se quitó las gafas. Su expresión no resultaba en absoluto tranquilizadora.

En la sala de espera de la consulta de la doctora, las pacientes embrazadas brillaban con la emoción de la experiencia. Pero Paula no era una de ellas. No podía estar contenta porque el padre del bebé no parecía contento. Sabía que aquella expresión de infelicidad precedía siempre a la desaparición del hombre al que amaba. Resultaba muy inconveniente darse cuenta de que le amaba mientras se preparaba para no volver a verle aparecer nunca más. De camino a su casa, miró por el espejo retrovisor y vió a Pedro siguiéndola de cerca. Si pisaba el freno de pronto, cabía la posibilidad de que le diera un golpe en el parachoques trasero. Tanta atención especial tendría que haberle enternecido el corazón, pero sabía que solo estaba haciendo lo correcto, lo que debía. Asegurarse de que llegaba a casa sana y salva para no sentirse culpable y para no decepcionar a nadie. Ella no quería ser de ningún modo el camino hacia la santidad. Era una mujer de carne y hueso que acababa de darse cuenta de que sus sentimientos de cariño se habían convertido en un amor profundo. Llegó a su casa y apretó el mando a distancia del garaje. Vio cómo subía y luego apagó el motor, dejando el coche en la entrada. Tras salir. Se bajó y atravesó la zona de cajas almacenadas para entrar en casa por la puerta que daba al cuarto de la lavadora y luego a la cocina. Pedro estacionó detrás de ella y la siguió hasta el interior.

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