domingo, 9 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 36

Pedro estaba sentado al lado de Paula en el avión de regreso a Las Vegas. Descansaban en los enormes asientos de cuero de primera clase mientras los demás pasajeros cargaban su equipaje en los compartimentos superiores. El proceso estaba a punto de terminar, despegarían en unos minutos. En aquel viaje el tiempo había pasado muy deprisa y sin embargo sentía como si llevara años fuera de casa. La miró de reojo, ella estaba mirando por la ventana. Movía nerviosamente la rodilla y se mordía el labio inferior. Había llegado el momento de distraerla.

—Bueno, ¿Y qué te ha parecido Texas? ¿Pau? —insistió al ver que no respondía.

—¿Sí? —ella le miró.

—¿Te ha gustado Texas?

—Está bien.

—Vaya, menudo elogio. Le haré llegar tu entusiasmo a la Cámara de Comercio y al Departamento de Turismo. Será una gran publicidad. Puedo verlo ya escrito en los folletos: Texas está bien.

—¿Qué quieres que te diga?

—Cuéntame cuál ha sido tu parte favorita del viaje —él sabía cuál era la suya, pero no se trataba de él. Quería escucharlo de ella y de paso distraerla para que no estuviera nerviosa.

Paula se lo pensó durante un instante.

—Tengo que decir que un punto importante para mí ha sido conocer a tu familia.

—¿De veras? —aquello no se lo esperaba—. ¿No han sido las compras? ¿Las atracciones turísticas?

—Puedo ir de compras en Las Vegas, aunque te agradezco el sacrificio de acompañarme. Y lo del ganado fue muy divertido. No hay nada parecido en casa — había dejado de mover la rodilla—. Pero me lo pasé muy bien con tus padres y con tus hermanos. Aunque a su lado me sintiera como un estúpida.

—Eres una de las mujeres más inteligentes que conozco. Pero ¿Qué te gustó de Fede y Caro?

—Para tí es normal tenerlos, pero yo crecí como hija única y era el centro, para bien y para mal —suspiró—. Lo que más me ha gustado es ver a Federico  y a Carolina ponerte en tu sitio.

—No te acostumbres. Y recuerda, en el hospital soy un dios —el avión se movió y Pedro vió que se estaban apartando de la puerta.

Al parecer Paula no se había dado cuenta, porque se estaba riendo.

—Pronto serás un dios con un robot sin sentimientos que herir.

—Vamos, por favor. Soy un tipo fenomenal.

—¿Fenomenal? ¿Quién utiliza esa palabra?

—Es una palabra específica reservada para médicos con grandes habilidades sociales.

—¿Así se llama ahora?

 —Ella le miró con sorna—. Tus habilidades sociales se limitan a las mujeres. En plural.

—Les caigo bien a las mujeres, y ellas a mí —afirmó Pedro.

—¿Y a qué supones que se debe? —Paula entornó los ojos.

—No lo supongo, lo sé. Igual que lo sabes tú. Soy un médico amable.

 El rubor de sus mejillas y el modo avergonzado en que se rascó debajo de la naríz con un dedo indicaban que recordaba lo que había dicho sobre acostarse con el primer médico amable que encontrara. Pedro se alegraba de que fuera una mujer de palabra. Su intención había sido ir a por otro asalto, desnudarla otra vez. Pero entonces Paula le habló de su pasado y le desnudó el alma. En una ocasión le dijo que le recordaba a un tipo que no le gustaba y ahora entendía la razón. Después de eso su intención había sido demostrarle que no era como aquel hombre. Eso implicaba ser lo suficientemente sensible como para no presionar. Se hizo el silencio.  se la quedó mirando, esperando a que le confirmara la buena opinión que tenía de él. Pero ella le devolvió la mirada y no dijo nada. Sintió cómo el avión giraba para dirigirse hacia la pista y los motores cobraban vida para el inminente despegue.

—¿Qué pasa contigo, Pau? ¿Cuándo vas a admitir que estabas equivocada respecto a mí?

Ella alzó una de sus rubias cejas.

—No te estarás refiriendo al absurdo comentario que escuchaste en el despacho de Zaira, ¿Verdad?

—A ese mismo.

—¿Por qué me presionas con esto? ¿Por qué es tan importante para tí que retire lo dicho?

—Porque así te distraigo y no te fijas en que hemos despegado y estamos alcanzando la velocidad de crucero.

Paula miró por la ventanilla y luego hacia los auxiliares de vuelo, que estaban levantándose de sus asientos.

—Eres un cirujano astuto —sonrió mirándole a los ojos. —Tus halagos no evitarán que intente que te retractes de lo que dijiste.

—¿Y qué lo evitaría?

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