miércoles, 29 de marzo de 2017

Enamorada: Capítulo 3

—Piense lo que piense de ti, nunca haría nada que pudiera estropear la boda de mi mejor amiga. Y soy una profesional. Mis sentimientos personales, sean cuales sean, no impedirán que haga bien mi trabajo.

—Entonces, ¿Te opones a conocerme mejor?

—No lo considero realmente necesario —aseguró.

—¿Y también me estás diciendo que no a esa copa?

—Sí, te digo que no.

—De acuerdo —Pedro se incorporó y se dirigió a la puerta—. Hasta luego, Campanilla.

Paula se lo quedó mirando mientras salía. Se sentía un poco culpable por haber dicho lo que pensaba, y eso le resultaba extraño. La culpabilidad, no el decir lo que pensaba. Aunque Pedro era del mismo tipo que su primer amor no era justo que le encasillara en el mismo molde que al chico que la había dejado embarazada y luego se había alistado al ejército para evitar cualquier responsabilidad. No era de las que juzgaban a una persona basándose en rumores, pero tenía debilidad por los hombres como Pedro Alfonso, y según su experiencia, aquellas relaciones no terminaban bien. Evitarle era la forma de actuar más inteligente.


Era la noche perfecta para una boda, pero Pedro estaba profundamente agradecido de no ser él quien iba a casarse. Sujetaba corazones latentes con la mano y llevaba a cabo operaciones a vida o muerte todos los días sin romper a sudar, pero la presión de comprometerse con otra persona para siempre le resultaba insostenible. Pero Nicolás estaba decidido a seguir adelante, y al menos la madre naturaleza le había regalado un día perfecto. Abril en Las Vegas no tenía nada que ver con los meses de verano, cuando la temperatura era más alta que la del sol. En el jardín del novio habría unos veintidós grados, y los rosados rayos del atardecer coloreaban el cielo azul. Suponía que debía ser romántico si uno estaba en aquel canal. No era el suyo en aquel momento. Estaba en el jardín de su amigo cumpliendo con su deber de padrino. Nicolás y él se habían conocido en el comedor de médicos del Centro Médico Mercy hacía varios años y se habían llevado bien al instante. Se había perdido la primera boda porque todo sucedió muy deprisa, pero no se le habían escapado los cambios en su amigo cuando su matrimonio se fue a pique. Ya era reacio al compromiso, pero después del impacto negativo que tuvo aquella experiencia en Nicolás se convenció todavía más. Pero ahora su amigo iba a volver a casarse con la misma mujer. E iba a ser padre. Todo parecía perfecto y les envidiaba. Él no era lo suficiente valiente o estúpido como para dar aquel paso a menos que estuviera completamente seguro de que era lo correcto. En su vida no estaban permitidos los errores, ni los profesionales ni los personales.


Nicolás estaba a su lado bajo un cenador cubierto de flores que se había instalado para la ocasión. Los invitados hablaban en voz baja a la espera de que empezara la ceremonia. Los novios iban a celebrarlo de forma íntima. Nada de esmóquines, gracias a Dios, solo trajes oscuros. Quince o veinte personas que conocía de vista del hospital estaban sentadas al lado de la piscina. Nicolás y Zaira no tenían mucha familia que él supiera. A diferencia de Pedro, no sabían lo afortunados que eran. La familia podría complicar mucho las cosas.

—¿Tienes los anillos? —Nicolás se pasó nerviosamente la mano por el ondulado cabello.

Pedro sintió la cajita en el bolsillo de los pantalones. Compuso una falsa expresión de espanto.

—¿Se suponía que tenía que traerlos? —preguntó.

—Buen intento, Pepe. Aunque lo hubieras dicho en serio, nada podría alterarme hoy. Pase lo que pase, Zai va a convertirse en mi esposa. Otra vez.

—¿No te preocupa que no salga bien?

—Ya he pasado por eso —aseguró Nicolás—. Dejé que saliera de mi vida una vez. No volverá a suceder.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Oye, ¿No se supone que tendrías que tranquilizarme? Ese tipo de preguntas llevaría a un novio nervioso a salir corriendo.

—Esa es la cuestión —Pedro sacudió la cabeza asombrado—. Pareces sólido como una roca, pero ¿Cómo puedes estar seguro de que va a salir bien? —insistió.

—Sencillamente, lo sé. Cuando lo sabes, lo sabes.

En aquel momento se abrió la puerta que daba a la casa y salió el reverendo White, el capellán del hospital. Era un hombre de unos sesenta años y pelo gris.

—Señoras y caballeros, vamos a comenzar. Por favor, pónganse de pie para recibir a la novia.

Paula salió por la puerta con un ramo de rosas en tono azul lavanda a juego con el vestido de seda que le llegaba a la altura de la rodilla. Podría haber jurado que durante un segundo se le paró el corazón. No era una sensación cómoda para un cirujano cardiotorácico ni para nadie. Entonces apareció Zaira con una única rosa blanca en la mano. Estaba radiante con aquel vestido sin tirantes que le llegaba hasta el suelo. Pedro miró de reojo a Nicolás y supo que su amigo estaba pasando por aquella sensación paralizante en el corazón. Paula se detuvo, ocupó su lugar a su lado y durante un instante sus miradas se cruzaron. Seguramente se debía al momento, pero por una vez no daba la sensación de que quisiera romperle el cuello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario