domingo, 12 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 23

Compartir las tareas del bebé se había convertido en algo natural.Pero ahora, en la privacidad del coche, era más consciente de la presencia de Pedro, de su olor, de sus facciones masculinas, de sus grandes manos sobre el volante… No pudo evitar imaginar el roce de aquellas manos sobre su cuerpo, tal y como había hecho la primera vez que lo había visto. Lo cierto es que era peor, puesto que era más intenso que la primera vez. Entonces, había dejado que se la llevara a la cama. Ahora estaba decidida a no hacerlo. Sería mucho más fácil si dejaba de pensar en aquel beso del hospital. El recuerdo hacía que se despertara un deseo y una pasión que no podía controlar. Sólo porque las emociones estuvieran a flor de piel no significaba que debiera sucumbir. Eso sería una equivocación. Algunos de sus primeros recuerdos eran de los hombres de su madre. Ni siquiera ahora Alejandra  conseguía no sufrir. El problema con el dolor era que cuando empezaba, no había manera de detenerlo. Estaba libre de ello ahora y no quería poner a Baltazar en una situación dolorosa.

—Estás muy callada —dijo Pedro mirándola—. ¿Hay algo que debería saber?

—No, sólo me estaba preguntando adónde vamos.

Pedro salió de la  autopista y se dirigió al norte,  pasando junto  a numerosos centros comerciales, restaurantes y casinos. Luego, giró a la derecha en dirección al aeropuerto de Las Vegas.

—¿Es una pista?

—Aquí es donde trabajo —dijo él mirándola—. Quería enseñártelo.

Kate percibió un matíz personal en aquella declaración y sintió un pellizco en el estómago.

—Me gustaría verlo —dijo ella.

 Era un complejo industrial con edificios metálicos en una amplia zona. Una sombra se movió a un lado del coche,  Paula miró por la ventanilla y vió cómo un avión pasaba sobre sus cabezas para tomar tierra.

Pedro giró a la izquierda y continuó hasta el final.  Había varios helicópteros estacionados junto a un hangar. Uno era de la policía y los otros tenían el logotipo de un canal local de televisión.  Luego, estacionó  frente a un edificio de dos plantas del que colgaba el cártel de Servicios de Helicóptero Southwestern.

—Ésta es la oficina. Allí atrás está el hangar donde los mecánicos revisan los helicópteros. Damos servicio de mantenimiento y reparación alos departamentos de policía y de bomberos, y a las compañías que organizan tours por el Gran Cañón.

Se desabrochó el cinturón y sacó al pequeño, que aún dormía.

 —Ven. Te presentaré a un par de los chicos.

Ella tomó la bolsa de los pañales y luego lo siguió hasta el hangar. Un gran ventilador movía el aire mientras dos hombres, uno rubio y otro moreno y ambos vestidos con monos azules, estaban inclinados sobre unas extrañas piezas grasientas de maquinaria.

—Hola, chicos.

Los dos hombres se giraron y repararon en ella y en el bebé. Luego sonrieron.

—Hola, jefe.

—Sergio, Gabriel, ella es Paula Chaves.

 El rubio se levantó y se acercó.

—Soy Gabriel. Éste debe ser tu hijo —dijo sonriendo al bebé.

—Sí —contestó pedro y una tierna mirada de orgullo asomó a su rostro.

—Es muy guapo.

Sergio se limpió las manos en un paño y se unió a los demás.

—¿Cuánto tiempo tiene?

—Casi seis meses —contestó Paula.

—Tienes todo un hombrecito  —dijo el hombre  moreno—.  Mi hijo pequeño tiene casi un año y está igual de grande.

—¿Cómo se llama tu hijo? —preguntó Paula.

—Mateo —dijo Sergio  encogiéndose de hombros.

—Tienes que ir a la oficina —dijo Gabriel—. Laura nunca te lo perdonaría si no le enseñas al bebé.

—Me lo imagino —dijo Pedro—. Vamos para allá.

—Encantado de conocerte, Paula—dijo Sergio.

—Yo también —repuso ella y luego se giró a Pedro—. ¿Quién es Laura?

—La directora de la oficina. Lleva aquí de siempre, desde que mi padre fundó la compañía.

 —Así que conoce todos los secretos.

Pedro la miró intensamente unos segundos, antes de apartar la vista.

—No tengo secretos.

—Si tú lo dices…

Un timbre sonó cuando Pedro abrió la puerta de la oficina y luego se apartó para dejarla pasar antes que él.

Una mujer mayor, rubia y de corta estatura, entró en la habitación. Estaba masticando y tenía una servilleta en la mano.

—Ah, eres tú —dijo al verlo.

—Ella es Laura Bunker —dijo Pedro—. Como te habrás imaginado por su comentario, me teme.

La mujer lo ignoró y extendió su mano a Paula.

 —Encantada de conocerla.

—Soy Paula Chaves—dijo Paula estrechando su mano.

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