miércoles, 29 de marzo de 2017

Enamorada: Capítulo 4

Y hablando de cuellos, el suyo le llamaba completamente la atención. Y también la tela casi transparente en tono lavanda que le cubría los brazos y el pecho justo por encima de los pequeños senos. No había tirantes visibles de sujetador, lo que le hizo sentir más curiosidad por la ropa interior que llevara debajo del vestido. O la falta de ella. El reverendo abrió el libro que tenía en las manos y comenzó a leer. Nicolás y Zaira solo tenían ojos el uno para el otro. Tras la lectura de los votos por parte de los contrayentes, el reverendo pidió los anillos, Pedro se los tendió guiñándole un ojo a su amigo. Nicolás besó a la novia en medio de los aplausos y los vítores de los invitados. Era el momento de que los novios y los padrinos firmaran la licencia. Pedro le ofreció el brazo a Paula  para acompañarla. Ella pareció vacilar pero finalmente aceptó y entraron en la casa.

Pedro se sentía atraído normalmente por mujeres altas de piernas interminables. Las rubias menudas de ojos azules que parecían sacadas de la ilustración de un cuento de hadas no tenían cabida en su lista. Pero había algo en Paula Chaves que le inquietaba. Tal vez porque le había dicho que no. Pero eso no explicaba que el aroma de su piel se colara en su interior e hiciera que la cabeza le diera vueltas como una centrifugadora. Al menos él lo ocultaba mejor de lo que Paula ocultaba su aversión hacia él. Cuando terminaron con las formalidades, los cuatro se sentaron alrededor de una mesita en la que había una cubitera de hielo con una botella de champán y otra de sidra sin alcohol para que brindara la novia. Una vez servidas las copas, se aclaró la garganta.

—Como padrino, tengo el honor de brindar por la felíz pareja. Por mi amigo, Nicolás. Salud y felicidad —entrechocó su copa con la del novio—. Y por Zaira. Estás más guapa que nunca. Todas las novias deberían casarse embarazadas.

Miró a Paula y advirtió que fruncía el ceño durante una décima de segundo. No le parecía el momento para hacer un gesto así. Otro misterio más que añadirle a la señorita Paula Chaves.

—Gracias, Pepe. Ha sido precioso —Zaira agarró la rosa blanca que había llevado durante la ceremonia y se la pasó a la dama de honor.

Paula parecía sorprendida.

—¿Me la das a mí?

—Sí. Es sencilla, bella y pura. El símbolo de mi amor por Nico. La tradición dice que quien agarre el ramo de la novia será la siguiente en casarse, pero yo no quería ramo.

—Mejor, porque yo no quiero casarme —pero sujetó la rosa y se la llevó a la naríz para aspirar su fragancia.

—Solo representa mi esperanza de que encuentres un amor tan duradero y perfecto como el que tenemos Nico y yo.

—Gracias —A Paula le tembló la voz por la emoción cuando se inclinó para abrazar a su amiga.

—Bien, señora Morales. Ha llegado el momento de que nos unamos a los demás invitados —dijo Nicolás ofreciéndole el brazo.

Los recién casados salieron al jardín. Paula iba a seguirles, pero Pedro le puso una mano en el brazo.

—Espera un momento. Quiero despejar el aire ahora que tenemos un momento.

—No hay ningún aire que despejar —aseguró ella—. Las obligaciones que teníamos en común acaban hoy.

—Todavía queda nuestro viaje de trabajo —le recordó.

—Tú te dedicarás a tus cosas y yo a las mías. Nuestros caminos serán paralelos, pero no tienen por qué cruzarse. Así que lo repito: no hay ningún aire que despejar.

—Entonces, ¿No quieres conocer a mi familia?

—¿Perdona?

—Mis padres viven en Dallas. Mi hermana y su familia estarán allí de vacaciones también.

—Bueno, yo tengo una reunión con el vicepresidente regional para hablar de presupuestos y tú vas a ver a tu familia. Como ya te he dicho, no coincidiremos.

No había antipatía en su expresión. Las mujeres normalmente querían cruzarse en su camino. Pero esta mujer no.

—¿Por qué no te caigo bien?

—Digamos que me recuerdas a alguien —volvió a fruncir el ceño—. Alguien que no me caía bien. Y ahora, si has terminado, voy a unirme a la celebración en el jardín.

No había terminado, pero eso no evitó que ella se marchara. Sabía que estaba pagando el pato por lo que hubiera hecho aquel idiota que no le caía bien. Él era un luchador, y la determinación era su seña de identidad. Por mucho que le costara, iba a demostrarle que era un médico amable que cumplía con creces sus criterios para mantener relaciones sexuales.

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