miércoles, 8 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 13

Paula se preguntó qué habría provocado el súbito cambio de humor de Pedro. Había pasado de estar amable y cariñoso a tenso y enfadado y el bebé había percibido su hostilidad. Había ocurrido justo después de que le dijera que había acudido a su hermano para pedirle su dirección. ¿Qué había de malo en ello?

Mientras el bebé dormía, se sentaron en la mesa de la cocina y se tomaron los donuts con el café, que ya se había quedado frío. Buscando algo que hacer, Paula  tomó papel y lápiz y comenzó a escribir la lista de la compra. Cada vez que levantaba la vista, él la estaba observando.

—¿Qué?

—Vas a necesitar un camión —dijo él señalando la lista.

—A veces lo parece. Sobre todo cuando llevo a Balta. Creo que nunca he valorado la comodidad de ir a comprar sola hasta que he sido madre.

—Podría ayudar.

—No me estaba quejando —dijo ella rápidamente.

—Nunca lo había pensado. Después de la lección de esta mañana, lo entiendo mejor. Ir de compras con un bebé debe de ser parecido a la precisión y coordinación necesaria para llevar un equipo de combate a una zona peligrosa.

—A veces lo parece —dijo ella sonriendo.

—Déjame ayudarte. Puedo ir por tí.

—Gracias, pero no. He visto a otros hombres en las tiendas. Sin su teléfono móvil están perdidos. Llevaría el doble de tiempo.

 —Entonces podría quedarme con Balta.

—No —dijo y al ver su expresión, se arrepintió de haberlo dicho tan bruscamente—. ¿Y si se despierta?

—Me las arreglaré. Llorar es bueno para sus pulmones, ¿Recuerdas?

—Lo que me preocupa eres tú.

—No le haré daño.

—No me refiero a eso. Su llanto puede llegar a desesperar aunque estés acostumbrado.

Lo que le preocupaba era el repentino cambio de humor que había visto en él antes.

—Soy fuerte y…

El teléfono sonó y Paula sintió alivio por la interrupción, hasta que vió que era su madre. Aun así, tratar con Alejandra Chaves era más sencillo que explicarle a Pedro por qué no quería dejarlo solo con su hijo. Levantó el auricular y apretó el botón.

—Hola, mamá.

—Hola, ¿Cómo está Baltazar?

—Muy bien.

—¿Y tú?

—Estoy bien. ¿Y tú?  Era mentira, pero no iba a contarle que tenía al padre de su hijo frente a ella.

—Roberto y yo hemos tenido una pelea.

Así que no era una llamada para ver cómo estaban, sino para hablar de las cosas de su madre.

—Siento oír eso —dijo ella mirando a Pedro.

—Dice que no le doy espacio suficiente, que voy demasiado deprisa y no está listo.

Paula hizo una mueca. Su madre vivía en Pahrump, a una hora de camino en dirección noroeste desde Las Vegas. Trabajaba como camarera en un restaurante. Era una atractiva morena y llamaba la atención de los hombres. Todo iba bien al principio de cada nueva relación: la euforia del primer encuentro seguida de semanas de pasión. Alejandra  siempre decía que aquél era el amor de su vida y que estarían juntos para siempre. Y luego empezaba a presionar. Le había dicho una y otra vez que no necesitaba un hombre para ser feliz, pero nunca hacía caso a sus palabras. Estaba cansada de repetir siempre lo mismo.

—¿No se te ha ocurrido que quizá estés mejor sola? —preguntó.

—¿Cómo  puedes  decir  eso?  —preguntó  Alejandra—.  Es  todo  lo  que siempre he querido: guapo, con un buen trabajo, divertido. Y el sexo es…

—Demasiada información, mamá. No era una imagen que quisiera ver en su cabeza. —Todavía soy una mujer joven. —Sí, lo eres. Y estás muy bien sola. No hay por qué aferrarse a algo
que no tiene por qué hacer que tu vida sea mejor.

—Él hace que sea mejor —protestó Alejandra.

—No es eso lo que estoy escuchando.

—Si él pone de su parte, podemos conseguir que las cosas funcionen.

—Ése es el problema, mamá. Intentas acelerar las cosas en vez de dejar que sigan su curso.

—No entiendes.

—Mira, mamá, Balta está despertándose, tengo que colgar —mintió.

—Dale un beso de mi parte.

—Lo haré, adiós —dijo.

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