lunes, 13 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 32

—Ahora que lo dices… —dijo él.

—Y  hablando  de  bebés.  Creo  que  voy  a  llamar  a  Mariana  para asegurarme de que todo va bien.

Sacó el teléfono móvil y marcó el número.

—Hola soy Paula —dijo y se quedó escuchando—.  Bien  —añadió concentrada en lo que escuchaba al otro lado de la línea—. ¿Estás segura? Estupendo. Muchas gracias, adiós.

Después de cortar la llamada, guardó el teléfono en el bolso y lo miró.

—Todo está bien. Balta está dormido en la cuna. Mariana dice que está bien, que nos relajemos y disfrutemos la velada. Dice que no hace falta que nos preocupemos por él, que dejemos que pase la noche en su casa y así no le estropearemos el sueño. Le gusta cuidar de él y su nieta quiere verlo por la mañana.

—¿Te parece bien eso?

—¿A tí?

—Yo no veo inconveniente, pero tú eres la que la conoces —dijo él.

Paula asintió sonriendo.

—Entonces,  estamos de acuerdo  —añadió  él— Balta está bien  y tenemos que relajarnos.

 —¿Y si se despierta y…?

 Él alzó una mano.

—Relájate. No creo que puedas pasar el resto de la cena sin hablar de nuestro hijo.

—Eso me suena a reto —dijo ella entrecerrando los ojos.

—Si quieres hacerlo interesante, llamémoslo apuesta. El que primero saque el tema, paga la cena.

—De acuerdo, acepto la apuesta.

Brindaron para sellar el acuerdo y Paula se acabó de un trago su champagne. Inmediatamente, un camarero volvió a llenar la copa.

—Me gusta mucho este sitio —dijo ella—. El servicio es muy bueno y rápido.

—Hablando  de  rapidez,  has marcado un récord esta noche arreglándote para salir.

Ella ladeó la cabeza y su melena sedosa rozó su hombro desnudo.

—Cuando un hombre guapo aparece y dice que el bebé está con la niñera y que te lleva a cenar, no hay que perder tiempo. Hay que cumplirlas órdenes.

No sólo había seguido las órdenes, pensó Pedro mirándola. El estrecho vestido negro de finos tirante que llevaba era muy sexy y lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que deseaba quitárselo.

—¿Crees que soy guapo?

—Oh, por favor. Todas las mujeres que hay en este salón te están mirando. Creo que nunca te había visto vestido con un traje. En uniforme,sí. Y es cierto lo que dicen.

—¿Qué dicen?

—Hay algo en los hombres vestidos de uniforme que vuelve locas a las mujeres. Pero el traje y la corbata te quedan también muy bien.

A Pedro no le importaba lo que otras mujeres pensaran. Lo único que le interesaba era lo que ella pensara. ¿Desde cuándo le pasaba eso? ¿O acaso había sido así desde siempre y se había negado a reconocerlo?

Un camarero vestido de esmoquin tomó la orden. Ambos pidieron solomillo y continuaron hablando, haciendo un esfuerzo para ganar la apuesta. De repente, él se dió cuenta de que su hijo era un tema de conversación neutral que necesitaba para mantener ocupada su cabeza y evitar reparar en el temblor de manos de Paula. Además, apenas notaba el aire  acondicionado  y  tenía  más  calor  que  en  mitad  del  desierto  de Afganistán en el mes de julio. Entonces se dió cuenta de por qué. Voluntariamente, se había metido en un infierno. Había elegido un sitio romántico. Él había sido el que había propuesto la idea de no hablar de su hijo, lo que había hecho que la conversación se desarrollara por terreno personal. Pero aún podía salvar la operación. A pesar de la tenue luz y del ambiente tranquilo, era un lugar público y, por ello, seguro. Aunque recordó que lo de público no había servido para detenerlo la última vez. El centro médico Mercy también era público. Ya había perdido el control una vez y la había besado en el hospital. Su sabor, el olor de su piel, el roce de sus pechos era algo que no había podido sacarse de la cabeza. Aquellas sensaciones lo llevaban al paraíso, pero también al infierno. Y ya estaba empezando a sentir el calor.

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