domingo, 26 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 63

Durante unos segundos se quedó allí quieta, con la mirada fija en el vacío. Su fría y solitaria cama no era nada comparada con el vacío que sentía en aquel momento. Una gran tristeza fue invadiendo su cuerpo,hasta que las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

—Yo no te escogí a tí, Pedro. Fue mi corazón el que lo hizo.

—Hay alguien aquí que ha venido a verte.

—No tengo ninguna cita —dijo Pedro mirando a Laura.

—Ahora sí. —No tengo tiempo de ver a nadie hoy.

—Pues búscalo —dijo ella dándose la vuelta y marchándose.

Tenía muy poca paciencia. Le costaba mucho esfuerzo concentrarse en el trabajo y por las tardes, era una tortura no ir a ver a Paula y a Baltazar. Había pasado una semana y los echaba mucho de menos. ¿Por qué aquel vacío le dolía tanto? La amaba y ésa era la razón.

—¿Pedro Alfonso? —preguntó una voz desde fuera de su oficina.

—Sí, mire, tengo cosas que hacer. Si no le importa…

 —Soy Juan Robertson, el padre de Adrián.

Pedro se quedó de piedra al ver al hombre, sintiéndose  culpable. Lentamente se puso de pie y se acercó a estrecharle la mano. Unos ojos azules tristes lo estudiaban al otro lado de unas gafas.

—Es un placer conocerlo, señor.

—El placer es mío, hijo.

—Por favor, siéntese.

 —No quiero robarte demasiado tiempo.  Debería haberte llamado antes de venir.

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Tan sólo quería conocerlo y darle las gracias por lo que hizo por Adrián.

—No entiendo —dijo Pedro—Fue culpa mía que muriera.

—Murió porque un  bastardo no soporta nuestro país ni lo que representamos.

—Fui yo quien dio la orden de huida y lo pagaron con Adrián cuando toda la culpa fue mía.

—Hablé con el oficial superior de Adrián y el comandante me envió los informes.  Arriesgaste tu vida para proteger a un compañero herido y los capturaron a ambos. No tuviste más remedio que luchar y tratar de huir de las manos enemigas —dijo sacudiendo la cabeza con tristeza—Eres un héroe, hijo.

—No, señor, no lo soy.

—La culpabilidad del superviviente es una dura carga. Puede llegar a destrozar tu vida. Eso puede hacer que el fanático que acabó con la vida de mi hijo vuelva a ganar. Una bala, dos muertes.

—No sé qué decir. Si al menos pudiera…

—¿Haber hecho algo más? Su madre y yo hablamos de eso todo el tiempo. Nosotros lo animamos a que se enrolara en el ejército. Su vida no tenía rumbo y necesitaba la disciplina que ofrece el servicio militar.

—Era un buen hombre —dijo Pedro— Y un soldado ejemplar. Estoy orgulloso de haber servido con él.

—Estoy orgulloso de haber sido su padre. Y también quería que supieras que estoy orgulloso de tí, hijo. Nos habló de tí en sus cartas. Nos dijo que eras un hombre valiente y que si alguna vez tenía problemas, era en tí en quien confiaría. Me alegro de tener la oportunidad de darte las gracias en persona por estar con mi hijo cuando… —su voz se quebró unos segundos antes de continuar— Por estar con mi chico cuando yo no estaba.

—Le agradezco que diga eso, señor. Significa mucho para mí —dijo Pedro, sintiéndose mejor— ¿Cómo me encontró?

—Tu hermano me encontró a mí.

—¿Federico?

 Por segunda vez en diez minutos, Pedro se quedó de piedra.

 —Me llamó y nos trajo a mí y a mi esposa desde Indiana. Con todos los gastos pagados. Es nuestro primer viaje a Las Vegas.

—Entiendo. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo.

Juan se puso de pie y estrechó su mano de nuevo.

—Si alguna vez vas a Indiana, ven a vernos.

—Lo haré, señor.

Vió como el hombre se marchaba y oyó voces fuera. Al momento, Federico entró.

—¿Qué demonios está ocurriendo? —preguntó Pedro, rodeando su mesa para llegar hasta su hermano.

—El señor Robertson y su esposa están de camino a su hotel en el coche que les he conseguido.

—No me refiero a eso y lo sabes. ¿Por qué lo trajiste hasta aquí? ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—Paula se contactó conmigo y yo llamé a Juan. Estaba muy contento por tener la oportunidad  de  conocerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario