miércoles, 8 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 67

Paula tomó aire, cerró los ojos y cuando los abrió, miró directamente a Pedro. Sintió el valor emocional que llevaba tanto tiempo adormecido dentro de ella. Era la hora de la verdad. Durante todos esos años había intentado superar el hecho de haberse enamorado de un vaquero solitario cuando era demasiado joven e inexperta. Todos esos años había intentado avanzar, minimizarlo, racionalizarlo, superarlo como si fuera una enfermedad. Su problema no era el que ella había creído siempre que era. No era que fuese fea, delgaducha, pecosa o alta. El problema no era su tendencia a los desastres o que fuese torpe. El problema era que no había sido valiente. Hacía cuatro años, cuando era más joven e ingenua, quizá se le hubiera podido perdonar que no le hubiera dicho a ese hombre cuáles eran sus sentimientos, que ella hubiera permitido que su sensación de ser inadecuada la hubiera impedido correr el riesgo.

Al verlo en ese momento, comprobó cómo el amor por Pedro la había formado de muchas maneras.  Pedro había conseguido que ella quisiera ser más de lo que era: más hermosa, más experta, más segura de sí misma y más valiosa. El amarlo le había llevado a ponerse a prueba, a acumular éxitos y experiencias como otras mujeres acumulaban joyas y ropa. Incluso el matrimonio con Zorro tuvo que ver con él. Había demostrado al mundo que un hombre guapo podía quererla. Que era valiosa. El problema era, hasta ese momento, que había considerado que el amor era algo que llenaba un vacío que tenía dentro que le decía que no valía mucho. Sin embargo, allí en medio del aire frío de la montaña y con Pedro junto a ella, comprobó lo equivocada que había estado. Su amor por Pedro no buscaba conseguir nada. Si era auténtico, le daría algo a él. Estaba solo con su fuerza y ella podía quitarle algo del peso que llevaba en los hombros. Pedro, que era terriblemente independiente, no había aprendido que compartir las cosas podía hacer que su vida fuera más rica y plena. Era demasiado rígido y ella podía darle el regalo de la espontaneidad. Era demasiado serio y ella podía darle el regalo de la risa. Estaba tan atrapado en el mecanismo de salir adelante todos los días que se había olvidado de vivir. Se había olvidado de frenar, de tranquilizarse, de respirar hondo y de divertirse.

La paradoja era que con cada regalo que le diera a él, ella recibiría todo loque había soñado o esperado. No haberle dicho lo que sentía cuando se enamoró por primera vez le había dado algo más. Ella sabía, mejor que otras mujeres de su edad, lo que no le hacía feliz. No le hacía feliz ver el mundo, ni acumular éxitos, ni la riqueza material. Ni arreglarse la vista y los dientes. Ni ir a la peluquería. Paula volvió a tomar aliento. Tomó la mano de Pedro y se la llevó a los labios, reuniendo todo el valor que tenía.

—El hombre al que entregué mi corazón eres tú.

Él se quedó boquiabierto y con los ojos como platos. La miró detenidamente a la cara y tragó saliva. Por un momento, ella sintió que el aceptaba el regalo llevado por el cariño que suponía; por un momento, ella sintió que él sucumbía a la fuerza de lo que le ofrecía; por un momento, ella sintió lo que la normal y corriente Paula Chaves nunca había soñado sentir. Se sintió irresistible. Entonces, él retiró de golpe la mano como si ella la hubiera mordido.

—¿Yo? —dijo sin apenas poder hablar—. ¿Me entregaste el corazón a mí? ¿Cuando estuviste aquí hace tantos años?

Ella asintió con la cabeza algo desconcertada.

—Paula, eso fue una tontería.

Ella no sabía bien qué había esperado. Una impresión, claro, pero que la impresión diera paso a una sorpresa agradable. Ella había esperado que él hubiera reconocido que la necesitaba tanto como ella había reconocido. La miraba como si no la hubiera visto nunca. Luego apartó la mirada y respiró hondo mientras fijaba la vista en las montañas nevadas como si allí fuera a encontrar una respuesta. Ella siguió la mirada de Pedro y vió el reflejo del sol en las cumbres cubiertas de nieve. Se la había jugado y había perdido. ¿Qué había esperado? ¿Cuándo en toda su vida las cosas habían sucedido como ella esperaba? ¿Por qué le sorprendía tanto que hasta su declaración de amor hubiera sido un desastre? A pesar de todo, decidió que saber que había perdido era mejor que vivir siempre en el limbo. Fríamente, comprobó que no se arrepentía de haber corrido el riesgo. No retiraría una sola palabra aunque pudiera volver atrás en el tiempo. Se levantó tambaleantemente. Estaba claro que había violentado a Pedro y le había hecho desgraciado. Le había dejado sin palabras.

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