lunes, 6 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 61

En ese momento no había tal resplandor. Pedro ni siquiera estaba seguro de que fuera a sobrevivir hasta el día siguiente, de modo que para qué hablar de un día entero. El sofá era más incómodo que el suelo del pajar y, aunque intentó evitarlo, no podía dejar de pensar en la cara de ella cuando él salió de la poza. Cuando un hombre no podía contar con dominar su propia mente, era, rotundamente, el momento de recuperar su vida. Sin embargo, ¿Se podía imaginar un hombre esa mirada? ¿Podía él interpretar lo que quería decir? Si ella se preocupaba por él tan profundamente, eso era, sin lugar a dudas, la cosa más aterradora que había vivido. Se olvidó de ella unos segundos al pasar revista a las cosas aterradoras que había vivido. Habían sido unas cuantas y nada desdeñables. Pero la verdad era que casi todas habían sido situaciones físicas de las que podía salir, si no intacto, por lo menos victorioso. El terror que le producía Paula Chaves era muy diferente. Toda su fuerza no podía nada contra él. Ella le pedía que entrara en un terreno desconocido.  Bueno, no se lo pedía exactamente. En realidad, sus palabras no le pedían nada. Sus palabras decían que si él desaparecía de la faz de la tierra al día siguiente, ella lamentaría no tener una foto para enero. Pero su boca decía otra cosa distinta que sus palabras. Era una boca delicada y dócil. Conocía su sabor y sabía que su boca hablaba un lenguaje distinto que sus palabras. Su boca hablaba de afinidad. De afinidad entre hombre y mujer. Sus ojos hablaban también con una melodía distinta a la de sus palabras. Sus ojos le hablaban de delicadeza, de un sitio agradable donde reposar y alguien con quien hablar hasta bien entrada la noche. De alguien que podría amarlo. Otra vez esa palabra. La palabra que odiaba más en el mundo. Amor. Esa cosa que convertía en inútiles a los hombres. Todo el amor no podría hacer que sus padres volvieran a vivir. Oyó unos pasos sordos y el corazón se le desbocó hasta que una cálida lengua le lamió la mano.

—Por el amor de Dios —dijo—. Ya has apestado el dormitorio. Vete de aquí.

El perro dió un par de vueltas en círculo sacudiendo la cara de Pedro con la cola y se tumbó.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo entre gruñidos—. Puedes quedarte.

La devoción del perro le desconcertaba un poco. No había hecho nada para merecerla. Naturalmente, tampoco había hecho nada para merecer el resplandor en la mirada de Paula. ¿El amor era eso? ¿Era posible que fuese tal milagro que un hombre ni siquiera tuviera que merecérselo? ¿Podía demostrarle que su vida había sido tan solitaria que lo necesitaba? Suspiró. Detestaba ese tipo de filosofía. Le gustaban los hechos tal y como eran. La realidad. Como que el pajar necesitaba una mano de pintura y había que replantar el prado del oeste. La realidad. Siguió dándole vueltas a la realidad. A las balas de heno y a la lluvia, pero una parte de su cerebro le recordaba que ella estaba en la habitación de al lado. ¿Tendría el pelo desparramado por la almohada? ¿Dormiría con los labios un poco separados? La otra parte del cerebro no dejaba de atormentarlo con el recuerdo de los dedos de ella entre su pelo; de sus propios dedos sobre la nuca de ella después de que vomitara y de la sorpresa que le produjo comprobar lo femenina que era esa parte del cuerpo, lo absolutamente frágil que era.

—Estoy volviéndome loco —le dijo al perro.

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