miércoles, 1 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 52

Él se rió con una carcajada. Dió otro impulso al neumático, metió las piernas en el agujero y se dejó caer hacia atrás. Colgaba boca a abajo y rozaba el agua con la punta de los dedos. Cuando volvió a sentarse en el neumático, vió que ella estaba pálida y preocupada. Hacía mucho, mucho tiempo que nadie se preocupaba por él. Preocuparse era tarea suya. De Luciana. Del ganado. De las facturas. Incluso de los tres depravados que habían enloquecido en la orilla.

—Pedro, por favor —dijo ella—. Nunca me lo perdonaría si te pones enfermo por esto.

—Hace falta mucho más que un poco de agua para que se ponga enfermo —contestó Alberto—. Mójate, jefe. Venderás un millón de calendarios.

—Un millón, ¿Eh? —se puso en el borde del neumático.

—¡Dos millones!

—¡Yo mismo compraré uno! —gritó Javier.

—Callense los tres —ordenó Paula—. ¡En este instante! Agarrará una neumonía e hipotermia.

Pedro estudió las posibilidades.

—¿Bomba o salto mortal?

—Primero la bomba y luego el salto mortal —gritó Gabriel.

Eso era demasiado. Saltaría una sola vez.

—Ninguno de los dos —ella gritaba desesperada—. Pedro Alfonso, bájate de ahí ahora mismo.

—Sí, señora —dijo él complacido.

Evidentemente, un salto mortal quedaría mejor para la foto, pero no se le vería bien la cara y salpicaba menos.

—Prepara la cámara —dijo Javier—. Va a saltar.

—No volveré a hablarte jamás —dijo ella a Pedro mientras preparaba la cámara.

—Promesas, promesas —respondió él.

Se soltó y salió hacia el cielo, luego se dobló, se agarró las rodillas y entró en el agua. No estaba preparado para el frío. Los miembros se le entumecieron al instante. Pero la orilla estaba a un par de metros y la habría alcanzado fácilmente si no llega a ser porque Apolo, completamente histérico, se lanzó al agua para rescatarlo. El enorme perro había hecho un par de torpes movimientos cuando pareció darse cuenta de que no sabía nadar. Los ojos se le llenaron de espanto y miró primero a la orilla y luego a Pedro. La mirada se le quedó clavada en Pedro y se abalanzó sobre él. Fue como si le cayera encima una manta empapada de ciento cincuenta kilos. La piel mojada hacía que pesara el doble y Pedro se hundió, sintió que el agua helada le entraba por la boca y la nariz. Consiguió librarse de Apolo, pero el perro volvió hacia él dando patadas en el agua hasta que le apoyó las patas en los hombros y volvió a hundirlo. Pedro salió entre toses, Apolo se apoyó en su cabeza e intento agarrase a él. Esa vez, cuando se hundió, Pedro se separó del animal y apareció a unos metros de él.

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