miércoles, 1 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 55

Una reacción perfecta. Paula no lo miró.

—Se necesita algo más que un poco de agua para que enferme —la tranquilizó Gabriel—. Nunca ha sido un frágil modelo masculino.

Todos se rieron a carcajadas. Ella miró a Pedro. Tenía un gesto impasible. Javier paró la camioneta delante de la casa de Pedro y ella abrió la puerta. Los baches, el calor y los olores querían pasar factura. Fue detrás de la camioneta y vomitó. Notó una mano que le acariciaba el cuello. Era fuerte, tranquilizadora y extraordinariamente amable.

—¿Qué tal estás? —preguntó él.

—Ha sido el humo del cigarro —dijo ella—. Ve a darte la ducha. Estoy bien.

Le dejó la mano sobre el cuello un instante y luego la dejó caer a un lado.

—Ve con los muchachos —dijo él—. Alberto se ocupará de tí.

Ella quería que fuera Pedro quien se ocupara de ella, de modo que no se atrevió a mirarlo no fuera a ser que lo tuviera escrito en la cara. Era evidente que Apolo había decidido que le debía la vida a Pedro porque salió detrás de él arrastrando las patas. Los muchachos le gritaron unas sugerencias sobre el vestuario y se echaron a reír cuando él cerró de un portazo. ¿Qué se esperaba? Pedro era irresistible para los hombres y los animales. Y las mujeres. Vendería calendarios por toneladas, se recordó ella. Cuando llegaron al barracón, Alberto hizo que ella se. sentara a la mesa. Al poco rato le puso delante un vaso enorme con una pócima que burbujeaba y echaba humo.

—Bébete hasta la última gota —dijo él.

Lo hizo y se quedó sorprendida de lo bien que se encontraba cuando Pedro apareció por el barracón media hora más tarde. Comprobó que no había hecho caso de los consejos sobre el vestuario, pero la verdad era que daba igual lo que se pusiera. Los vaqueros estaban rotos por la rodilla y la camisa de tela vaquera era casi blanca de lo gastada que estaba. Estaba mucho más excitante que si se hubiera puesto algo para estarlo. También estaba dispuesto a que sus empleados dejaran de rebelarse.

—Gabriel, Javier —dijo él—. Vamos. Tenemos trabajo.

El tono no permitía discusión. Se había recuperado de los temblores y parecía fuerte y vital. Ella sabía que era uno de esos hombres que estaban hechos de acero y eran inflexibles hasta la médula. Luego recordó la caricia en el cuello y se preguntó si sería tan inflexible. Los hombres intercambiaron una mirada.  Todo el mundo había comprendido que el buen humor de Pedro había terminado. Ella se levantó también y él frunció el ceño.

—Tú, no.

Ella notó que le ardían las mejillas. Había demostrado tanto su afecto que él no quería tenerla cerca. No podía culparlo.

—Cuídate el estómago —dijo Pedro con un tono más suave—. Vamos a cabalgar mucho. Vamos retrasados en todo. En estos momentos no puedo pararme por tí. Sobre todo —miró a sus hombres—, si mañana vamos a hacer esas fotos con el ganado.

Dió media vuelta y se marchó. Gabriel y Javier la miraron como disculpándose y lo siguieron.

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