miércoles, 1 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 54

Pedro temblaba sentado en el asiento de la camioneta entre Javier y Paula. Iban todos en la enorme cabina que olía a perro mojado, a cigarro apagado y a manta de caballo. Alberto había apagado un enorme cigarro barato cuando Paula y Pedro se montaron. La calefacción echaba bombas y Paula intentaba convencerse, con la frente pegada a la ventanilla, de que se sentía enferma por el olor a perro y a cigarro mezclados con el calor de la calefacción. Pero en su corazón, ella sabía que no era así. Tenía el estómago revuelto por la tensión de ver a Pedro que casi se ahoga. Peor aún, fue la expresión que vió en la cara de Pedro cuando la abrazó a la orilla del agua. Él lo sabía. Había visto cómo se encendía la luz de la comprensión en el fondo de la oscuridad de sus ojos. Él sabía cuál era su secreto mejor guardado, el que ni siquiera se había desvelado a sí misma. Paula se había convencido a sí misma de que iba a Bar ZZ para superar un capricho juvenil que debería haber superado con la edad. En ese momento lo veía en términos mucho más claros. Había vuelto a Bar ZZ con el propósito expreso de desenamorarse de Pedro Alfonso. En ese sentido, su misión había sido un fracaso absoluto. Más que un fracaso.

—Seguro que tienes fotos fantásticas —dijo Javier con satisfacción.

El camino por el que avanzaban era un camino de carretas y cada bache revolvía un poco más el estómago de Paula.

—Estoy deseando ver las de la poza.

Quizá su misión no hubiera sido un desastre completo. Paula sabía que estaba haciendo las mejores fotos de su vida. Sabía que todos los sentimientos ocultos que albergaba hacia Pedro servirían para las fotos. Las fotos captarían su esencia como solo podía hacerlo una mujer que lo amara. Con tal de agarrase a un clavo ardiendo, decidió que quizá estar enamorada de él tenía su lado positivo. Cuanto mejor fueran las fotos, más calendarios se venderían. Ella haría una buena obra. Su dolor serviría para una buena causa. Si lo miraba de esa manera, podría conservar la salud mental un día y medio más.  Naturalmente, su primera tarea sería convencer a Pedro de que estaba equivocado sobre lo que había visto claramente al borde de la poza. Ella pensó que él iba a morir y que sería culpa de ella. En primer lugar por llevar a Apolo y, además, por haber decidido hacer las fotos allí cuando sabía que hacía demasiado frío. Doña Desastres. Pero al ver que no le había pasado nada, no pudo evitar que la cara reflejara alegría, alivio y sí, amor también. Pero ella tenía que encontrar la forma de borrar ese momento de la memoria de él. Él tuvo un violento escalofrío y ella se aventuró a mirarlo. Tenía la piel de gallina y un leve cerco azul alrededor de los labios. ¡Otra vez el amor!

—Pedro necesita una ducha caliente —dijo.

Se dió cuenta inmediatamente del error que había cometido cuando Gabriel, Javier y Alberto se rieron disimuladamente. Si quería convencer a todo el mundo, y sobre todo a él, de que no sentía nada por Pedro, debía dejar de comportarse como una madraza ante esos rudos hombres.

—No puedo permitir que enferme —dijo ella con la voz más inexpresiva que pudo—. Tiraría por tierra mis planes de trabajo.

Notó que el dardo había alcanzado el objetivo. Pedro hizo una mueca y ella notó que le clavaba los ojos en la cara.

—Gracias por preocuparte tan sinceramente —dijo él con sarcasmo.

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