miércoles, 8 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 71

Él frunció el ceño como si no le gustara la expresión ni dormido.

—¿Cómo se encuentra? —le preguntó la enfermera—. Ha tenido suerte. He visto a mucha gente con golpes en la cabeza que no parecían tan fuertes como el suyo. Tiene mucha suerte de estar viva.

—Lo sé —dijo sinceramente Paula.

—Él lleva aquí tres días —dijo la enfermera mientras señalaba con la cabeza a Pedro—. Normalmente, lo habríamos echado, pero a las enfermeras les parecía irresistible.

—Nueve de cada diez no pueden estar equivocadas —dijo con una sonrisa Paula.

—¿Qué quiere decir?

—Nada, pero dentro de unos meses le mandaré un cargamento de calendarios para que los venda, con él de protagonista.

—Se venderán solos.

—De eso se trata.

—Los otros tres vaqueros vienen constantemente y le traen ropa limpia al señor Alfonso. Una vez intentaron pasar un perro. Dejan barro en el vestíbulo y dos de ellos mascan tabaco. La enfermera Hendricks los tiene casi aleccionados —se acercó a Paula—. Entre nosotras, creo que va detrás de Alberto.

—¿De verdad? —dijo Paula encantada.

—Bueno, se palpa el amor en el ambiente. Sobre todo en este cuarto. El señor Alfonso la adora —dijo la enfermera con una sonrisa de envidia—. He sido enfermera durante mucho tiempo. Es alguien muy especial.

—Lo sé.

—El otro día estaba ensayando la declaración en el pasillo. Permítame que le diga una cosa, no lo rechace. Él no saldría del hospital sin que otra lo atrapara. La enfermera Hendricks está al acecho.

—No voy a rechazarlo —dijo Paula.

—Perfecto —dijo una voz ronca y somnolienta—. Eso me evita tener que pedirlo.

—Por no decir nada de tener que esquivar a la enfermera Hendricks —dijo la enfermera con un guiño antes de salir de la habitación.

—Sabes —dijo él mientras se estiraba—. Te crees un vaquero fuerte y acostumbrado a todo tipo de adversidades que sabe el significado de la palabra difícil. Hasta que te das cuenta de que lo difícil es encontrar las palabras adecuadas para convencer a una mujer de que debería pasar el resto de su vida con uno.

—Inténtalo conmigo.

—De acuerdo. Paula, soy un vaquero de pocas palabras y con una vida incómoda que no tiene formación para expresarse bien. Me das cien vueltas en cuestiones de encanto. No he hecho nada que me haga merecedor de pedirte que te cases conmigo, pero si hicieras la vista gorda a mis defectos y me aceptaras, sería el hombre más feliz del mundo.

—Sabes una cosa, Pedro, creo que por fin lo he comprendido. Quizá el amor no sea cuestión de valía. Quizá sea cuestión de ser suficiente para una sola persona en todo el mundo. Tú lo eres para mí. Tal y como eres.

—Eso es un sí, ¿Verdad?

Ella sonrió.

—Verdad.

—Tuve que mirar en tu bolso cuando te trajimos para ver si tenías el número de teléfono de alguien a quien debiéramos llamar. Un familiar o así. He llamado a tu madre y a tu hermana. Han estado yendo y viniendo.

—Gracias. Como ya las conoces, eso nos ahorrará una cena familiar.

—He encontrado también esto.

Lo sacó cuidadosamente del bolsillo de la camisa y lo dejó en el vientre de ella. Ella lo miró y los ojos se le llenaron de lágrimas. Era una de las fotos que le había hecho cuatro años antes. Estaba sentado en un caballo pinto. La postura era relajada, tenía el sombrero caído sobre los ojos y el cuello del impermeable levantado. Era la viva imagen del héroe romántico.

—¿Por qué sonreía? —preguntó él.

Paula sonrió.

—Por mí. Creías que la adoración que yo tenía por mi primera cámara era muy divertida. Se me había caído y yo estaba tirada en el barro y limpiándola como si se me hubiera caído un bebé. Miré hacia arriba y tú tenías esa expresión... esa sonrisa cariñosa. Saqué la foto.

—Es la que ganó el concurso, ¿Verdad?

Ella asintió con la cabeza y acarició la superficie desgastada de la foto.

—Sí.

—¿Sabes? Siento cierto alivio.

—¿Por qué?

—Porque nueve de cada diez mujeres no votaron por mí.

—Pero...

Él le puso un dedo en los labios para callarla. Luego se agachó y la besó. Fue un beso dulce y acogedor que albergaba la promesa de cientos de momentos de felicidad y pasión.

—Votaron por esto —le recorrió los labios con la lengua—. Votaron por el amor. Vieron el amor en la fotografía y votaron por él. Por el amor, por la esperanza, por la inocencia y por todas las cosas buenas que hay en el mundo. En realidad, no es una foto de mí, Paula, es una foto de tí.

Las lágrimas cayeron lentamente al principio, pero acabaron siendo un torrente. Pedro se inclinó sobre la cama y ella estrechó su dolorido cuerpo contra el de él. La abrazó hasta que las lágrimas dejaron de fluir y solo quedó la satisfacción de una mujer que había pasado la vida esperando a que alguien la supiera interpretar. Hasta que alguien lo hizo.

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