viernes, 10 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 2

Vió un hueco y se abalanzó hacia él. Entonces, se vio rodeada por hombres ataviados con trajes oscuros y gafas de sol. Hombres que mantuvieron a raya a los periodistas. Sus sentidos se pusieron en estado de alerta al ver que los hombres, guardaespaldas sin duda, rodeaban un coche. Un vehículo muy caro, oscuro y con cristales tintados. La curiosidad se apoderó de ella y dio un paso al frente. Sus amigos se habían evaporado en aquellos últimos años. En cuanto a su familia... ¡Ojalá pudieran permitirse un medio de transporte como aquel! Uno de los guardaespaldas abrió una puerta. Paula se acercó lo suficiente para mirar al interior Unos ojos grises la atravesaron. Finas y delineadas cejas negras que parecían apuntar hacia un espeso cabello oscuro. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta al observaraquel rostro. Nariz larga y arrogante, pómulos fuertes y angulosos. Sólida mandíbula y firme boca. A pesar de la condena que reflejaba aquel rostro, otro sentimiento pareció estallar entre ellos, un estallido de calor en aquel ambiente tan cargado. Aquel estallido le tensó la carne y le puso el vello de los brazos de punta.

–Pedro Alfonso–susurró ella.

Agarró la maleta con fuerza y, durante un instante, sintió que se tambaleaba. Él no. Aquello era demasiado.

–¿Me reconoce? –le preguntó él. Hablaba inglés con la perfecta dicción de un hombre con impecable linaje, poder, riqueza y educación a su disposición.

–Le recuerdo –dijo. ¿Cómo iba a poder olvidarle? En una ocasión había estado a punto de creer que...

No. Cortó aquella línea de pensamiento. Ya no era tan ingenua. Ver a Pedro evocó en ella una miríada de recuerdos. Se obligó a concentrarse en los últimos.

–No se perdió ni un momento del juicio...

–¿Se lo habría perdido usted si hubiera estado en mi lugar? –le preguntó él con voz sedosa pero letal.

¿Qué estaba ella haciendo allí, hablando con un hombre que tan solo le deseaba lo peor? En silencio, se dió la vuelta, pero vio que un fornido guardaespaldas le cortaba el paso.

–Por favor, signorina –le dijo indicándole la puerta abierta del coche–. Entre y siéntese.

¿Con Pedro Alfonso? Él personificaba todo lo que había ido mal en la vida de Paula. Lanzó una risotada histérica y negó con la cabeza. Se movió hacia un lado, pero el guardaespaldas fue más rápido que ella. Le agarró el brazo y la empujó hacia el coche.

–¡No me toque! –le espetó ella, dejando escapar por fin las emociones que había tenido contenidas durante tanto tiempo.

Nadie tenía derecho a coaccionarla. Ya no. Nunca más después de lo que había soportado. Paula abrió la boca para exigirle que la soltara. Sin embargo, la clara y firme orden que había tenido intención de formular no fue lo que salió. En su lugar, un estallido de maldiciones en italiano, palabras que jamás había conocido, ni siquiera en inglés, hasta su estancia en la cárcel. La clase de italiano barriobajero que Pedro Alfonso y su educada familia ni siquiera reconocerían, palabras que utilizaban delincuentes y lunáticos. Ella lo sabía muy bien. El guardaespaldas abrió los ojos de par en par y dejó caer la mano como si temiera que Paula pudiera hacerle daño con su lengua. Paula se detuvo en seco. Vibraba de furia, pero también con algo parecido a la vergüenza. Se había enorgullecido de superar la peor clase de degradación de la prisión. Tan solo hacía minutos que había salido de la cárcel... ¿Cuánto tiempo tendría que llevar aquel estigma? ¿Tan irrevocablemente le había cambiado la prisión? Agarró con fuerza la maleta. Dió un paso al frente y el guardaespaldas se apartó. Ella siguió andando, más allá del cordón que separaba a Pedro Alfonso de los paparazzi. Irguió la espalda. Preferiría caer en las garras de la prensa que quedarse allí.

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