viernes, 3 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 57

—¿Aversión? ¿Qué quiere decir eso?

—Que no le gusto —dijo Paula.

Era bueno decir las palabras, sentir el dolor que le producían. Miró el siguiente ingrediente de la lista. Parecía como si le bailara delante de los ojos.

—Lo interpretas todo mal —Alberto no se refería a las recetas—. Si él tiene aversión, no es por tí. Ha conseguido pasar muchos años sin sentir nada. Estoy seguro de que tú estás sacudiendo su mundo cómodo y seguro.

Estaba claro que el mundo de Pedro no tenía nada de seguro. Montaba a caballo, se ocupaba del ganado y luchaba contra ventiscas. Hacía cosas peligrosas un día sí y otro también, pero sabía que no debía decírselo a Alberto, quien se reiría de que esas cosas le perecieran peligrosas. Una chica de ciudad, la distancia entre ella y Pedro era mayor cada vez. Dado que la situación no tenía porvenir, en el terreno sentimental, Paula se propuso no aprovecharse de esa oportunidad maravillosa para fisgar en la vida íntima de él, pero era como si le ofrecieran una dosis a un drogadicto.

—¿Qué quieres decir con que no siente nada? —dijo ella mientras se concentraba en la receta como si estuviera en un laboratorio nuclear.

—Era un niño cuando murieron sus padres. Sacó una idea equivocada de lo que significa preocuparse de los demás. El amor le hizo daño, mucho daño. No quiere volver a sentirlo.

Ella puso azúcar en las galletas.

—No debes preocuparte porque él me quiera. Sé que no tengo ninguna oportunidad.

—¿Por qué lo dices?

—Vamos, Alberto... No me hago ilusiones. Soy larguirucha, flacucha y no tengo pelos en la lengua. No soy el tipo de mujer que necesita Pedro.

—Yo creo que eres atractiva —dijo Alberto con una franqueza hosca—. Tú debes tener tus cicatrices como las suyas. Se puede decir alta y esbelta en vez de larguirucha y flacucha.

Se suponía que estaban fisgando en la vida de Pedro, no en la suya.

—Solo quiero decir que no soy lo suficientemente buena para él. Alberto, hicieron una encuesta en el centro comercial. Todas las mujeres que lo vieron lo adoraron. ¿Cómo puedo tener una oportunidad ante eso?

—¿Quieres decir que lo adoras?

Ella tomó aire. Estaba desvelando demasiadas cosas de sí misma. Ese cauteloso cocinero estaba consiguiendo que ella hiciera demasiadas cosas a la vez. Se había olvidado de cuanta levadura había puesto. ¿Había puesto levadura?

—Claro que no lo adoro —dijo con vehemencia—. Solo digo que es uno de los hombres más guapos del mundo y que eso es demasiado para mí.

Alberto gruñó.

—Él no sabe que lo es. Todo el interés que despierta su aspecto le abruma. Tengo la sensación de que tú has visto algo más. Algo más profundo que su cara.

—Pues no lo he hecho —dijo ella con obstinación, lo cual podría considerarse como una de las mayores mentiras de su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario