viernes, 17 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 18

–¿Por qué retrasarlo? Preferiría saber ahora mismo qué es lo que quiere.

–No está vestida para hablar de negocios.

Paula se colocó las manos en las caderas. Su pose resultaba desafiante y provocadora a la vez.

–¿Estaría usted más cómodo si yo llevara puesto un traje? ¿Por qué no me lo puede decir ahora?

Una vez más, ella arqueó las delicadas cejas, como si, en silencio, se estuviera riendo de él. Algo saltó dentro de Pedro. Se acercó a ella para inhalar el aroma a jabón y la delicada fragancia de su carne. Lo suficientemente cerca para poder tomarla entre sus brazos si así lo quería. En vez de eso, apretó los puños contra los costados. Paula se negó a moverse, a pesar de que eso significaba que tenía que echar la cabeza atrás para mirarlo. El deseo se despertó en el vientre de Pedro. Por un lado, admiraba el valor de aquella mujer y, por otro, la odiaba por ello. La miró fijamente a los ojos y el pulso se le aceleró una, dos y tres veces. Ella tragó saliva, pero no apartó la mirada. Los segundos fueron pasando. Paula tenía las pupilas dilatadas. Los pechos le levantaban rápidamente por la acelerada respiración, aunque no llegaban a rozarlo a él. Ella le devolvía la mirada con gesto desafiante. No era ninguna criatura tímida o inocente. No obstante, no mantenía una actitud tan distante como quería aparentar. Pedro vió cómo temblaba ligeramente. Cómo sacaba la lengua para lamerse los labios. Entonces, él reprimió una sonrisa. Aquello no era indicativo de que deseara seducirlo, sino simplemente que la boca se le había secado. ¿Por nervios o por excitación? Pedro se acercó un poco más. Vió cómo ella parpadeaba. El pulso se le aceleró aún más. Sin dejar de mirarla, extendió la mano y le tiró del cinturón del albornoz. Ella se tensó aún más, pero no se apartó. Pedro inclinó la cabeza y vió cómo los labios de Paula se suavizaban. Cómo abría los ojos y algo brillaba dentro de ellos. ¿Miedo o anticipación?

–En mi despacho dentro de una hora. Se distraerá usted mucho menos si está adecuadamente vestida. Con eso, se dió la vuelta y se marchó.

Paula recuperó el aliento. El corazón le latía con tanta fuerza en el pecho que parecía que iba a atravesarle las costillas. Se echó a temblar a pesar del calor que sentía por dentro. Los pezones se le habían puesto erectos por el deseo y tenía húmeda la entrepierna. Y todo ello solo por el modo en el que la había mirado. ¿Cómo era posible? Se sentía asombrada, furiosa y avergonzada. Su cuerpo la había traicionado. Y lo peor era que él se había dado cuenta. Había visto cómo se le reflejaba el triunfo en la mirada cuando le desabrochó el cinturón. Con manos temblorosas, se lo volvió a abrochar, con más fuerza en aquella ocasión, aunque ya no servía de nada. Él ni siquiera había mirado atrás, tan seguro estaba de haber conseguido lo que quería. Sabía que ella era vulnerable hacia él. Sabía que ella lo deseaba. Este hecho hizo saltar por los aires la seguridad que ella tenía en sí misma. Quería fingir que no era verdad. Sin embargo, ocultarlo no la llevaría a ninguna parte. Tenía que enfrentarse a ello. Se aseguró que aquello no tenía nada que ver con Pedro Alfonso. Que la atracción que había sentido en el pasado por él había desaparecido. No era Pedro en sí, sino lo que representaba. Un hombre masculino y viril que la excitaba. ¿Quién no lo estaría ante tan potente masculinidad? Paula llevaba mucho tiempo apartada de los hombres. Simplemente, su cuerpo le recordaba que seguía siendo una mujer. Eso era todo. Prefirió no pensar que no había sentido nada parecido a aquello por Adrián.

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