viernes, 3 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 60

Él la miraba con los ojos entrecerrados y ella comprendió que estaba sobreactuando y que iba a conseguir que él sospechara.

—Si hay algo que no he querido ser nunca es mono —dijo secamente él.

—Bueno, son jugarretas de los dioses, a veces te dan lo que no quieres.

—¿De verdad? ¿Qué te han dado a tí?

—¿Estás de broma? ¡Todo! Una gran estatura. Poca carne. Pecas. Dientes torcidos. Un pelo con un color y una textura que nadie en su sano juicio podría desear.

—Yo no veo nada de eso cuando te miro —dijo él con delicadeza.

—¿No?

La voz entrecortada la habría avergonzado en otras circunstancias, pero esa noche debía recordar que quería ser incordiante.

-Solo veo tus... ojos.

Ella sabía que era mentira porque él la miraba directamente a los labios.

—¿Mis ojos?

—Tienen un color muy especial. En general son marrones, pero tienen destellos dorados.

¿Se había fijado tanto en sus ojos? Iba a perder todo el terreno que había ganado si no tenía mucho cuidado. Afortunadamente, Pedro pareció contenerse. Apartó la mirada y ordenó al perro que se bajara de la cama. Apolo cerró los ojos y fingió estar profundamente dormido. Pedro lo rodeó con los brazos y lo dejó en el suelo.

—Apesta —dijo él—. Supongo que la cama olerá igual.

Bajó la nariz hasta el edredón y se apartó de un salto.

—Me iré al sofá.

El perro bostezó, se estiró y volvió a la cama. Pedro salió con paso airado de la habitación. Cuando ella pasó de puntillas unos minutos más tarde por la sala lo vio envuelto en una manta como una salchicha.

—¿Necesitas algo? —le preguntó ella en un alarde de amabilidad.

¿Por qué iba a sentirse culpable? En realidad, ella no tenía la culpa de que Apolo se hubiera metido en la cama. Además, ella iba a pasar la noche dando vueltas atrapada en una maraña de emociones. No sería justo que Pedro estuviera cómodo y feliz.

—Sí —contestó él—. Necesito una cosa: recuperar mi vida.

—Yo, también —susurró ella al otro lado de la puerta cerrada—. Yo, también.


Él le había oído susurrar que necesitaba recuperar su vida. Ella no se acordaba nunca de que en una casa con las paredes tan finas era imposible mantener un secreto. De modo que necesitaba recuperar su vida. Como él. Ya que los dos necesitaban lo mismo, le pareció que la vida debería ser muy sencilla. Con un poco de suerte, solo le quedaba un día de condenadas sesiones fotográficas. Por la mañana el ganado y por la tarde una rápida visita a la nieve. Luego, como por arte de magia, recuperarían sus vidas. Pensó que debía ser el agotamiento lo que le hacía preguntarse qué tenía de excepcional su vida como para querer recuperarla. Como punto a favor encontró que era predecible. Dios sabía bien que nada era predecible cuando Paula andaba cerca. Lo cotidiano se convertía en una aventura y la calma se tomaba en un caos. Incluso el palpitar de su corazón era algo impredecible y errático. Cuando un hombre ya ni siquiera podía contar con que su corazón sé comportara de forma predecible, era el momento de recuperar su vida. ¿Qué pasaría si su vida le parecía gris y anodina después de ese resplandor?

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