viernes, 17 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 19

Fuera lo que fuera, no tenía intención alguna de sucumbir a la debilidad. Y él lo sabría muy pronto. Cuando Paula entró en el despacho, Pedro estaba sentado tras su enorme escritorio. Como era de esperar, había adoptado la posición de poder. Ella lo había visto en demasiadas ocasiones como para ignorar la táctica. Él apartó la mirada del ordenador para examinarla. Se fijó en la falda vaquera y en la camisa azul que le hacía juego con los ojos. Era la más bonita que ella tenía y siempre le había hecho sentirse muy segura de sí misma. Por supuesto, estaba ya muy pasada de moda y le estaba algo ceñida alrededor del busto, pero era lo mejor que tenía para vestirse. La mirada de Pedro le dijo que no se sentía muy impresionado.

–Creo que tenía algún asunto del que hablar conmigo –dijo ella mientras tomaba asiento en la butaca que quedaba al otro lado del escritorio y cruzaba las piernas para mostrar su relajación.

Pedro pareció prendado por aquel movimiento, lo que hizo que ella sintiera una profunda satisfacción. Parecía que él no era tan distante como parecía. Este hecho le dio esperanza.

–Sí –respondió él–. Tengo una propuesta para usted.

–¿De verdad? Habría pensado que yo era la última mujer a la que le haría usted una proposición, signor Alfonso. Le ruego que me la diga. Soy toda oídos.

–Usted quiere intimidad y paz lejos de la prensa. Yo la quiero a usted lejos de la atención pública. Nuestros intereses coinciden.

–¿Y?

–Por lo tanto, me gustaría conseguir que la situación fuera permanente.

–No lo comprendo.

Pedro le entregó un documento.

–Léalo y lo entenderá. He hecho que lo redacten en inglés.

–Qué considerado –replicó ella sin entusiasmo alguno. Tal vez había pensado que su italiano, aprendido entre rejas, era inadecuado.

No sabía las horas que se había pasado estudiando documentos legales en italiano. Tomó el papel. Se trataba de un contrato. Casi no se podía creer lo que estaba leyendo.

–Veo que está usted muy desesperado por mantenerme callada –le dijo cuando hubo terminado de leer.

–Yo no diría eso.

–¿No? Muchas personas se quedarían asombradas si supieran lo mucho que me está ofreciendo para evitar que hable.

–¿Es eso una amenaza? –le espetó él.

–No, signor Alfonso. Simplemente una observación.

–Y yo simplemente quiero paz para mi familia. No me podrá decir que la oferta no es generosa.

–¿Generosa?

La cifra que aparecía en el documento era astronómica. Bastaría para empezar la nueva vida que ella tanto anhelaba, para poder establecerse inmediatamente sin tener que depender de su familia. Mirada de ese modo, la oferta resultaba tentadora.

–La condición es que no hable de su hermano, de la esposa de este, del hijo de ambos, de su casa, de usted, de nadie asociado con su familia ni del juicio. Tampoco puedo hablar de mi estancia en la cárcel ni de procedimiento legal alguno. Es decir, se me impedirá realizar comentario alguno sobre lo que me ha ocurrido durante el resto de mi vida.

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