-¿Sabes algo de tu hermano?
Paula miró a Federico, tendido en su sofá. Los domingos eran los únicos días que disfrutaba lejos del trabajo y siempre trataban de hacer algo juntos. Ese día habían ido a los Pavillion Gardens, donde Joaquín disfrutó mucho. El clima había sido maravilloso y se habían llevado una cesta de picnic, preparada por Federico. Como siempre, había sido una comida deliciosa y exquisita para ellos tres y seis personas más que los habían acompañado. Joaquín había disfrutado siendo el centro de atención. Sabía que era difícil para él. Estaba llegando a la edad en la que empezaba a preguntar por qué no tenía padre, y Paula sabía que esas preguntas se tornarían más acuciantes con el tiempo. Se había enfrascado en sus pensamientos cuando Federico la devolvió a la realidad dándole una respuesta afirmativa.
-¿Sí? -al instante se puso alerta. Habían transcurrido tres semanas y ya había empezado a pensar que tal vez Pedro hubiera olvidado la amenaza de estar en contacto y cerciorarse de que había roto el compromiso. Se había serenado y pensado que lo que había parecido tan real e importante en Santorini, podría haberse fundido con el entorno bajo el ajetreo frenético de la vida cotidiana de Pedro-. ¿Qué le contaste? No vendrá aquí, ¿Verdad? -sabía que en su voz había pánico de que pudiera entrar en su ritmo normal de vida. En ese momento, esa cara dura, arrogante y ridículamente sexy se elevó de entre las brumas de la memoria como un puñetazo en el estómago-. No puede venir aquí, Fede. No quiero verlo.
-Quieres decir que te asusta verlo -se apoyó sobre un codo y sonrió-. ¡Oh, las tupidas telarañas que tejemos!
-¡No es gracioso!
-Lo es cuando te distancias y lo observas. Allí estábamos, haciendo nuestros planes con despreocupación, y tú terminas enamorada de mi hermano. ¿Quién habría podido predecirlo? No... -reflexionó unos momentos-. Yo podría haberlo hecho. Ha tenido ese efecto sobre las mujeres, prácticamente desde el día en que nació. Era un seductor entonces y lo es ahora. Pero te lo advierto... te irá mejor si no te enredas con él. Es el típico rompecorazones.
-Dime algo que no haya descubierto -se mofó.
Se puso de pie, completamente cómoda con los pantalones a cuadros del pijama y el chaleco sin mangas que había conocido días más vibrantes. Eran poco más de las ocho de la noche. Joaquín estaba dormido arriba, extenuado por el día tan activo físicamente, y ella no tenía planes de salir de casa. Lo más probable era que Federico terminara en el sofá cama. A las nueve y media daban una película que los dos querían ver y a menudo él se quedaba si consideraba demasiado esfuerzo ir a su ático con vistas a la playa.
-Y no me he enamorado de él. Es arrogante y reprobable.
-Pero altamente irresistible para el sexo opuesto.
-Cometí un error. ¿Cuántas veces lo has hecho tú?
-Demasiadas para mencionarlas, cariño, pero yo no soy tú.
Paula decidió esquivar esa línea de conversación. Federico la conocía demasiado bien.
-¿Qué le contaste?
-De hecho, poca cosa. Llamó anoche cuando estaba inmerso en tratar de arreglar un enorme fiasco con las gambas y no disponía de mucho tiempo para charlar.
-¿Te preguntó si seguíamos prometidos?
-Supongo que espera que sea yo quien aporte voluntariamente esa información.
Se tomó unos segundos en digerir eso. En lo referente a Pedro, ella iba a ser la responsable de dejar a Federico, presumiblemente sin mencionar lo sucedido entre ellos. Por lo tanto, habría parecido extraño que preguntara si aún seguían juntos cuando carecería de motivos para formular dicha pregunta en primer lugar.
-¿Y qué le vas a contar?
-Ni idea -se reclinó en el sofá y clavó la vista en el techo. Paula no dejó de mirarlo-. No me gusta mentir -continuó Federico al rato-, pero sé que mi madre estará terriblemente preocupada si piensa que ya no soy un hombre prometido. Tendrá imágenes mías muriendo por el corazón roto, solo en mi departamento sin más compañía que botellas vacías de vodka y la televisión. Y mi abuelo no está muy bien ahora. Todos esperamos que sea porque la fiesta le resultara excesiva, pero... -la miró con expresión preocupada-. También Pedro está preocupado por él y es un hombre que jamás se preocupa a menos que haya una razón válida. Le dije que me reuniría con él en Londres en algún momento de la semana próxima. Quizá pueda esquivar el asunto del compromiso y ocuparme de ello en algún momento del futuro...
«¿Esquivar? Tratar de ello en el futuro?» No eran palabras que asociara con Pedro Alfonso. Pero lo más inquietante era otra cosa. Iría a Londres a reunirse con su hermano. No había necesidad de que lo acompañara y no pensaba hacerlo.
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