lunes, 18 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 21

-Relájate -murmuró Pedro en su oído-. Tu cuerpo debe cooperar con la música, no oponerse.

 -¿No  deberías  estar  bailando  con  tu  pareja?  -respondió  con  sequedad y él emitió una risita que le provocó escalofríos.

A través de la  bruma  de  su  mente,  una  cosa  emergía  con  claridad:  que  ese  hombre  era  absoluta  y  devastadoramente  sexy.  La  irritaba  que  su  cuerpo reaccionara a la proximidad. Sus pechos habían adquirido una sensibilidad  aguda  y  podía  sentir  cómo  sus  pezones  se  tensaban  contra  el  vestido  cuando,  sin  la  barrera  del  sujetador,  se  pegaban  y  frotaban contra la camisa de él.

-No  creo  haber  sido  yo  quien  la  llamara  así  -susurró  Pedro-.  Aunque  admito  que  encaja  en  el  molde  adecuado...  Para  los  griegos  tradicionales,  las  mujeres  como  Brenda son  perfectas.  La  educación  apropiada,  los  contactos  familiares  apropiados...  y  además  tiene  las  ambiciones apropiadas en la vida. Quiere tener hijos y complacer a su marido...

-Qué papel para una mujer moderna -cortó Paula.

-¿Tú eres mejor? -murmuró con suavidad.

Se  sentía  demasiado  lánguida  para  responder.  La  noche  era  cálida,  la  música  seductora  y  el  champán  fluía  por  su  sangre;  no  mucho, pero sí lo suficiente para amortiguar su hostilidad.

-No  -respondió-.  No  lo  soy,  ya  que  soy  una  cazafortunas.  Durante un momento, olvidé que se suponía que soy una mujer vil y sin  escrúpulos  sin  otra  cosa  en  la  mente  que  destruir  la  vida  de  alguien  para  engordar  mi  saldo  bancario.  Pero  estoy  cansada.  Creo  que me iré a mi habitación.

 -Si miras detrás de tí, verás que Federico no parece dispuesto a retirarse.

-No espero que lo haga.  Se  va a quedar  hasta  el  final.  No  me digas... no es el estilo griego... -suspiró-. Escucha, Fede se lo está pasando bien y se lo merece. Trabaja casi todo el día en Inglaterra... desde  luego,  yo  no  le  voy a  echar  en  cara  que  quiera  divertirse  durante su estancia aquí...

-Qué  pareja  tan  comprensiva...  ¿Serías  igual  de  comprensiva  si  la rienda libre que le das lo animara a encontrar a otra mujer...?

 Paula no pudo evitarlo. Rió entre dientes. Pedro la llevó a un lado, fuera de la improvisada pista de baile, para poder estudiarla ceñudo.

-¿Compartes la broma?

-Lo siento. No era mi intención reírme. Todo es por la bebida. No estoy acostumbrada a tanto champán y vino maravillosos. Se me han subido a la cabeza, junto con el agotamiento...

Pedro seguía mirándola. Esa mujer lo confundía y no le gustaba. No sabía cómo encararlo.

-¿No crees que Fede se pueda ir con otra? ¿Tan segura estás de tus encantos?

 Paula sintió que recobraba la sobriedad con rapidez.

-No, en absoluto... te lo he dicho... estoy cansada, no reacciono del modo en que habitualmente lo hago...

 -Te acompañaré a tu habitación.

-¡No! -retrocedió un poco.

-Es lo correcto que te escolten a tu habitación -miró brevemente hacia  donde  su  hermano  parecía  estar  contando  un  chiste  que  requería  mucha  gesticulación  y  que  su  público  apreciaba-.  Y  sería  cruel   interrumpir  a  Fede cuando   parece   enfrascado  en  una   anécdota cautivadora.

Paula se volvió y no pudo contener una sonrisa. Al mirar otra vez a Pedro, la sonrisa aún se asomaba por la comisura de sus labios.

-En realidad, es un niño. Apuesto que ha comenzado uno de sus chistes y no recuerda el final. Le sucede cada vez que bebe mucho.

La  expresión  de  su  cara...  y  otra  vez  esa  sensación  confusa,  aunque  en  esa  ocasión  más  aguda.  Respiró  hondo.  De  pronto  ella  retrocedía, lista para marcharse. No  podía  dejarla  ir.  Aún  no.  Y  no  podía  descifrar  por  qué.  Se  marchaba de la isla al día siguiente y sabía que necesitaba hablar con ella  un  rato  más.  El  impulso  era  tan  fuerte,  que  lo  sacudió  hasta  su  mismo  núcleo  y  durante  un  instante  experimentó  algo  que  nunca  antes  había  sentido...  una  absoluta  falta  de  autocontrol.  Durante  una  fracción  de  segundo,  algo  diferente  lo  controló  y  desconocía  por  qué o cómo.

 -Te acompañaré a tu habitación -repitió con voz tensa y observó la  pálida  delicadeza  de  su  cuello  al  darle  la  espalda  antes  de  encogerse de hombros como resignada a algo que le era impuesto.

Metió las manos en los bolsillos, seguro de que en alguna parte en las sombras, Brenda probablemente los miraba y se preguntaba por qué se marchaba sin decirle una palabra. Menos mal que su madre y su abuelo ya se habían ido a acostar. Le habría costado explicar por qué acompañaba a la prometida de su hermano al dormitorio.

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