-Relájate -murmuró Pedro en su oído-. Tu cuerpo debe cooperar con la música, no oponerse.
-¿No deberías estar bailando con tu pareja? -respondió con sequedad y él emitió una risita que le provocó escalofríos.
A través de la bruma de su mente, una cosa emergía con claridad: que ese hombre era absoluta y devastadoramente sexy. La irritaba que su cuerpo reaccionara a la proximidad. Sus pechos habían adquirido una sensibilidad aguda y podía sentir cómo sus pezones se tensaban contra el vestido cuando, sin la barrera del sujetador, se pegaban y frotaban contra la camisa de él.
-No creo haber sido yo quien la llamara así -susurró Pedro-. Aunque admito que encaja en el molde adecuado... Para los griegos tradicionales, las mujeres como Brenda son perfectas. La educación apropiada, los contactos familiares apropiados... y además tiene las ambiciones apropiadas en la vida. Quiere tener hijos y complacer a su marido...
-Qué papel para una mujer moderna -cortó Paula.
-¿Tú eres mejor? -murmuró con suavidad.
Se sentía demasiado lánguida para responder. La noche era cálida, la música seductora y el champán fluía por su sangre; no mucho, pero sí lo suficiente para amortiguar su hostilidad.
-No -respondió-. No lo soy, ya que soy una cazafortunas. Durante un momento, olvidé que se suponía que soy una mujer vil y sin escrúpulos sin otra cosa en la mente que destruir la vida de alguien para engordar mi saldo bancario. Pero estoy cansada. Creo que me iré a mi habitación.
-Si miras detrás de tí, verás que Federico no parece dispuesto a retirarse.
-No espero que lo haga. Se va a quedar hasta el final. No me digas... no es el estilo griego... -suspiró-. Escucha, Fede se lo está pasando bien y se lo merece. Trabaja casi todo el día en Inglaterra... desde luego, yo no le voy a echar en cara que quiera divertirse durante su estancia aquí...
-Qué pareja tan comprensiva... ¿Serías igual de comprensiva si la rienda libre que le das lo animara a encontrar a otra mujer...?
Paula no pudo evitarlo. Rió entre dientes. Pedro la llevó a un lado, fuera de la improvisada pista de baile, para poder estudiarla ceñudo.
-¿Compartes la broma?
-Lo siento. No era mi intención reírme. Todo es por la bebida. No estoy acostumbrada a tanto champán y vino maravillosos. Se me han subido a la cabeza, junto con el agotamiento...
Pedro seguía mirándola. Esa mujer lo confundía y no le gustaba. No sabía cómo encararlo.
-¿No crees que Fede se pueda ir con otra? ¿Tan segura estás de tus encantos?
Paula sintió que recobraba la sobriedad con rapidez.
-No, en absoluto... te lo he dicho... estoy cansada, no reacciono del modo en que habitualmente lo hago...
-Te acompañaré a tu habitación.
-¡No! -retrocedió un poco.
-Es lo correcto que te escolten a tu habitación -miró brevemente hacia donde su hermano parecía estar contando un chiste que requería mucha gesticulación y que su público apreciaba-. Y sería cruel interrumpir a Fede cuando parece enfrascado en una anécdota cautivadora.
Paula se volvió y no pudo contener una sonrisa. Al mirar otra vez a Pedro, la sonrisa aún se asomaba por la comisura de sus labios.
-En realidad, es un niño. Apuesto que ha comenzado uno de sus chistes y no recuerda el final. Le sucede cada vez que bebe mucho.
La expresión de su cara... y otra vez esa sensación confusa, aunque en esa ocasión más aguda. Respiró hondo. De pronto ella retrocedía, lista para marcharse. No podía dejarla ir. Aún no. Y no podía descifrar por qué. Se marchaba de la isla al día siguiente y sabía que necesitaba hablar con ella un rato más. El impulso era tan fuerte, que lo sacudió hasta su mismo núcleo y durante un instante experimentó algo que nunca antes había sentido... una absoluta falta de autocontrol. Durante una fracción de segundo, algo diferente lo controló y desconocía por qué o cómo.
-Te acompañaré a tu habitación -repitió con voz tensa y observó la pálida delicadeza de su cuello al darle la espalda antes de encogerse de hombros como resignada a algo que le era impuesto.
Metió las manos en los bolsillos, seguro de que en alguna parte en las sombras, Brenda probablemente los miraba y se preguntaba por qué se marchaba sin decirle una palabra. Menos mal que su madre y su abuelo ya se habían ido a acostar. Le habría costado explicar por qué acompañaba a la prometida de su hermano al dormitorio.
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