viernes, 8 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 2

Sólo los necios eran vulnerables. Se irguió y clavó los ojos negros en la joven que salía del taxi. Era pequeña de estatura, con un pelo largo y muy rubio, casi blanco. No dejaba de jugar con él, alzándolo con una mano hasta improvisar una  coleta  para  luego  dejarlo  caer,  al  tiempo  que  miraba  a  su  alrededor,  con  los  labios  entreabiertos,  asimilando  la  opulencia  del  entorno. «Evaluando  el  precio  que debe poner  alrededor  del  cuello  de  Federico», pensó Pedro con cinismo. Sin  embargo,  y  a  regañadientes,  reconoció  que  el  chico  tenía  gusto. No podía ver los detalles de la cara de la joven, pero tenía una complexión delgada, de piernas y brazos esbeltos. A diferencia de él, Federico jamás había  mostrado  interés  en  las  chicas  voluptuosas  y  sexys de Grecia. Cuando desaparecieron de vista con las maletas, se incorporó y se dirigió a su dormitorio, bebiéndose el resto del whisky de un trago y dejando la copa vacía en el aparador de la habitación. Su habitación era típica de casi todas las de la villa. Amueblada con lujo pero sencillez. El parqué del suelo estaba dominado por una alfombra  grande  de  dibujos  brillantes  y  las  paredes  pintadas  de  un  tono  terracota  claro,  a  juego  con  las  cortinas  de  color  crema  que  colgaban del techo al suelo. Contra una pared había un impresionante arcón  sirio  adornado  con  nácar  y  sobre  el  cual  colgaba  un  hermoso  cuadro del famoso volcán de la isla al anochecer. Casi todo el mobiliario  era  de  madera  oscura,  lo  que  le  daba  a  la  habitación  un  aire decadente y opulento. Pero  apenas  se  fijaba  en  eso.  Se  hallaba  concentrado  en  la  mejor manera de encarar a la chica sin despertar las sospechas de su hermano ni provocar el disgusto de su madre. Aún   reflexionaba   en   el  modo  de   desenmascarar   a   esa   cazafortunas  cuando,  una  hora  más  tarde,  fue  a  uno  de  los  salones  donde  sabía  que  se  servían  copas  para  los  invitados  que  ya  habían  llegado.  Aunque  no  muchos  hasta  el  momento.  Casi  todos  se  presentarían  al  día  siguiente;  esa  primera  noche,  se  reducían  a  familiares cercanos. Su abuelo, desde luego, su madre, tíos y los hijos de éstos. Y Federico y la mujer. Era  en  el  salón  que  daba a los  jardines  traseros.  Allí  mismo  había pasado antes unas horas agradables con su madre, discutiendo acerca del sentido práctico de iluminar el exterior con lámparas y, tal como había esperado, había perdido el debate. Sin embargo, al entrar debió reconocer que el efecto resultaba deslumbrante.

Los jardines parecían vivos con luciérnagas gigantes y varios de los  invitados  disfrutaban  de  las  copas  al  aire  libre,  seducidos  por  el  romanticismo del paisaje.

-Reconozco que se ve espléndido -comentó mientras recogía una copa de camino hacia donde su madre contemplaba el escenario que con tanto arte ella había preparado.

 Ana se volvió hacia su hijo mayor y sonrió.

 -A  Jorge también  le gusta.   Se quejó  del   esfuerzo que  requeriría, pero míralo ahí afuera, inflado como un pavo real mientras acepta todos los cumplidos. Es una pena que tu padre ya no esté con nosotros. Habría disfrutado del momento.

Pedro pasó un brazo por los hombros de su madre y asintió.

 -No  tenemos  una  de  estas  reuniones  familiares  desde...  desde  aquella boda de hace cinco años. La de Elena y Stefano.

-Llegarán  mañana.  Junto  con  sus  dos  hijos  -lo  miró  con  ojos  críticos-. Podrías haber sido tú -señaló, sin molestarse en andarse con rodeos-. Ya no eres un muchacho. La dinastía necesita sus herederos, Pedro.

 -Y los tendrá   -murmuró,   tranquilizándola-,   a su  debido  momento.

 -Va a  venir  Brenda Papaeliou  -aventuró  Ana-.  Sería  una  buena  pareja, Pepe.  Su  abuelo  creció  con  Jorge.  Aún  mantienen  el  contacto, a pesar de que no es tan fluido como lo fue en el pasado.

-Papaeliou...  me  suena.  Brenda,  un  nombre  bonito,  y  he  de  reconocer  que  tres  meses  de  celibato  empiezan  a  afectarme  -sonrió  cuando  su  madre  se  ruborizó  ante  la  observación  tan  personal.  Sin  embargo,  cuando  ella  le  indicó  que  había  estado  al  borde  de  la  desconsideración, lo hizo con un tono indulgente-. Por supuesto -dijo con ligereza, mirando hacia la gente agrupada en el jardín-, ahora ya no  hay  prisa  para  mí,  ¿Verdad?  Una  vez  que  Federico ha  ganado  la  carrera asegurándose una novia...

-Vamos, Pepe...

-Sólo hago una observación, querida mamá.

-En  un  tono  de  voz  que  no  sé  si  me  gusta.  He  conocido  a  la  joven y parece perfectamente amigable, aunque un poco aturdida por el entorno.

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