Sólo los necios eran vulnerables. Se irguió y clavó los ojos negros en la joven que salía del taxi. Era pequeña de estatura, con un pelo largo y muy rubio, casi blanco. No dejaba de jugar con él, alzándolo con una mano hasta improvisar una coleta para luego dejarlo caer, al tiempo que miraba a su alrededor, con los labios entreabiertos, asimilando la opulencia del entorno. «Evaluando el precio que debe poner alrededor del cuello de Federico», pensó Pedro con cinismo. Sin embargo, y a regañadientes, reconoció que el chico tenía gusto. No podía ver los detalles de la cara de la joven, pero tenía una complexión delgada, de piernas y brazos esbeltos. A diferencia de él, Federico jamás había mostrado interés en las chicas voluptuosas y sexys de Grecia. Cuando desaparecieron de vista con las maletas, se incorporó y se dirigió a su dormitorio, bebiéndose el resto del whisky de un trago y dejando la copa vacía en el aparador de la habitación. Su habitación era típica de casi todas las de la villa. Amueblada con lujo pero sencillez. El parqué del suelo estaba dominado por una alfombra grande de dibujos brillantes y las paredes pintadas de un tono terracota claro, a juego con las cortinas de color crema que colgaban del techo al suelo. Contra una pared había un impresionante arcón sirio adornado con nácar y sobre el cual colgaba un hermoso cuadro del famoso volcán de la isla al anochecer. Casi todo el mobiliario era de madera oscura, lo que le daba a la habitación un aire decadente y opulento. Pero apenas se fijaba en eso. Se hallaba concentrado en la mejor manera de encarar a la chica sin despertar las sospechas de su hermano ni provocar el disgusto de su madre. Aún reflexionaba en el modo de desenmascarar a esa cazafortunas cuando, una hora más tarde, fue a uno de los salones donde sabía que se servían copas para los invitados que ya habían llegado. Aunque no muchos hasta el momento. Casi todos se presentarían al día siguiente; esa primera noche, se reducían a familiares cercanos. Su abuelo, desde luego, su madre, tíos y los hijos de éstos. Y Federico y la mujer. Era en el salón que daba a los jardines traseros. Allí mismo había pasado antes unas horas agradables con su madre, discutiendo acerca del sentido práctico de iluminar el exterior con lámparas y, tal como había esperado, había perdido el debate. Sin embargo, al entrar debió reconocer que el efecto resultaba deslumbrante.
Los jardines parecían vivos con luciérnagas gigantes y varios de los invitados disfrutaban de las copas al aire libre, seducidos por el romanticismo del paisaje.
-Reconozco que se ve espléndido -comentó mientras recogía una copa de camino hacia donde su madre contemplaba el escenario que con tanto arte ella había preparado.
Ana se volvió hacia su hijo mayor y sonrió.
-A Jorge también le gusta. Se quejó del esfuerzo que requeriría, pero míralo ahí afuera, inflado como un pavo real mientras acepta todos los cumplidos. Es una pena que tu padre ya no esté con nosotros. Habría disfrutado del momento.
Pedro pasó un brazo por los hombros de su madre y asintió.
-No tenemos una de estas reuniones familiares desde... desde aquella boda de hace cinco años. La de Elena y Stefano.
-Llegarán mañana. Junto con sus dos hijos -lo miró con ojos críticos-. Podrías haber sido tú -señaló, sin molestarse en andarse con rodeos-. Ya no eres un muchacho. La dinastía necesita sus herederos, Pedro.
-Y los tendrá -murmuró, tranquilizándola-, a su debido momento.
-Va a venir Brenda Papaeliou -aventuró Ana-. Sería una buena pareja, Pepe. Su abuelo creció con Jorge. Aún mantienen el contacto, a pesar de que no es tan fluido como lo fue en el pasado.
-Papaeliou... me suena. Brenda, un nombre bonito, y he de reconocer que tres meses de celibato empiezan a afectarme -sonrió cuando su madre se ruborizó ante la observación tan personal. Sin embargo, cuando ella le indicó que había estado al borde de la desconsideración, lo hizo con un tono indulgente-. Por supuesto -dijo con ligereza, mirando hacia la gente agrupada en el jardín-, ahora ya no hay prisa para mí, ¿Verdad? Una vez que Federico ha ganado la carrera asegurándose una novia...
-Vamos, Pepe...
-Sólo hago una observación, querida mamá.
-En un tono de voz que no sé si me gusta. He conocido a la joven y parece perfectamente amigable, aunque un poco aturdida por el entorno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario