lunes, 4 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 58

–Sí, es correcto.

–Vino a yerme antes de irse de Halifax la semana pasada. Estaba igual de mal que los días siguientes al accidente, y eso me decidió a invitarte a tomar el té. Supongo que pensarás que soy una vieja entrometida, Paula, pero comprenderás que estamos hablando del futuro de mi nieto. Todavía echo de menos a Martina, y me haría muy feliz tener un nieto. Entonces dime, ¿Estás enamorada de otra persona?

–No.

 –Ni estás enamorada de mi hijo...

Paula dejó la taza sobre el plato encima de la mesa de madera.

–Slade no me dijo que usted sabía que él era el padre de mi hijo.

–Supongo que habrá pensado que era un arma sucia.

–Usted sería una suegra formidable –dijo Paula, como excusándose.

–Déjame que te diga algo. Jesica era una mujer muy dulce. Pero era tímida y retraída, y no tenía el más mínimo deseo de aventura en la vida. A medida que pasaba el tiempo veía que Pedro iba restringiendo su apetito por la vida, y su pasión, para acomodarse al mundo de Jesica, que era más limitado que el de él. Por favor, no me malinterpretes. Él nunca se quejó. Y siempre fue muy fiel y leal... Y aunque lo dudes, yo nunca me metí en sus asuntos, en la habitación o fuera de ella. Él amaba a Martina, por supuesto, con toda el alma.

Entonces Paula recordó el primer día que habían hecho el amor, cómo él se había refrenado en sus deseos para que ella se sintiera cómoda y perdiera el miedo... Y le había dicho después que se había imaginado la historia de Pablo por su actitud ese día... Sin embargo ella no le habíapreguntado dónde había aprendido ese nivel de autocontrol... Había estado muy centrada en sí misma. «Quiero hacer el amor con él nuevamente», pensó. Quiero darle tanto como él me dio a mí...

–¿Paula, estás bien?

Paula se aferró al reposa–brazos del sillón.

–Pedro dijo que yo debía volver a ver a Pablo. Pero no entiendo qué sentido tiene.

–¿Un escultor? ¿Cuál es su apellido?

–Pablo Dempsey. Está en Nueva York ahora, por lo que me han dicho. La semana pasada fue muy placentera, señora Martínez...

–Ana, llámame Ana.

–Voy a tener al niño de aquí a cuatro semanas, y la idea de casarme con Pedro... ¡No puedo! ¡No podría resistir cometer otro error!

En un tono neutro Ana dijo:

–No amas a Pedro.

–¿Amarlo? Amé a Pablo, y él decía que me amaba, y mire lo que pasó. Pedro dice que me ama, pero no puedo confiar en ello.

–Tienes que confiar en tí primero.

Con el sentimiento de que algo muy profundo de su ser acababa de salir a la luz dijo Paula:

 –Supongo que sí.

–Para ser sincera, Paula, te he invitado para ver con mis propios ojos lo que estaba ocurriendo. Me gustas. Desde el primer momento en que te ví. Eres capaz y aprovechas la vida. Cualquier persona que juega al squash y lleva su propio negocio, en mi opinión, es una persona que asume riesgos. Me gustaría mucho que fueras mi nuera. Pero si eso no puede ser, y yo no puedo hacer nada para que ocurra, eso está claro, espero que me dejes ocupar un pequeño lugar en la vida de tu hijo.

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