miércoles, 29 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 50

–¿El qué?

Era difícil de explicar. Lo miró y vió que él la miraba con picardía y ternura. Estaba embarazada de ese hombre atractivo y sexy que tenía delante. Y le seguía pareciendo tan irresistible como siempre. ¿O sería que ella era una depravada?

–Nada, todo, no sé –dijo ella, confusa.

Pedro, satisfecho con su respuesta, preguntó entonces:

–¿Por qué no vamos arriba? Me parece que estarás mejor en posición horizontal.

–No quiero que me hagas el amor.

–No he venido aquí por sexo, Paula. Es bastante más complicado que eso.

–¿Sabes qué? Mi problema contigo es que tengo que aprender a decir «no», y no «sí», como tú dices –se quejó Paula, mientras subía las escaleras.

–Puedes practicar con otros hombres con los que te encuentres –dijo Pedro.

Le levantó el caftán que tenía puesto y le alisó la espalda con la palma de la mano, aumentando la presión cada vez más, hasta notar que los músculos de Paula se aflojaban. En diez minutos, se quedó dormida. Él se quitó toda la ropa, excepto los calzoncillos, y se acostó a su lado, y luego echó la colcha por encima. Le puso una mano en la barriga. Y entonces supo que lucharía con todas sus fuerzas por la vida, por su vida, por esa mujer y ese niño que no había nacido aún.

Paula se despertó una hora más tarde aproximadamente. Se sentía feliz y relajada. Le llevó unos segundos darse cuenta de por qué se sentía así. La razón la tenía abrazada a su espalda, contra su cuello. No se sentía ni asustada ni sola. También tenía mucha hambre.

–Pedro. No he comido desde la una, o desde las once de la mañana. Y necesito algo más sustancioso que leche descremada –le sonrió.

Él la miró sonriendo, y le diço un beso dulce e intenso. Paula lo besó también. ¿Qué otra cosa podía hacer? Y le acarició los hombros y el pecho. Hacía mucho tiempo... Él le soltó el pelo, y la volvió a besar. Sabía lo que quería decirle. Quería decirle «te amo». Era una verdad tan simple como compleja, y se moría por compartirla con ella. «Todavía no. Es demasiado pronto», se dijo.

–¿Quieres que pida comida china?

–Suena muy bien.

Comieron y Pedro se marchó temprano a casa. Al día siguiente arregló el grifo, echó un ojo al televisor y lo llevó a arreglar, y preparó la cena él mismo: pollo a la hindú.

El sábado por la noche fueron a cenar a casa de Sofía y Rafael, y el domingo Pedro plantó los bulbos en el jardín de Paula.

–¡Es tarde para plantarlos! Pero Francisco ha estado tan ocupado que me daba apuro pedírselo...

–Salgamos a algún sitio esta noche. Ponte tus mejores ropas. Iremos a comer a ese restaurante nuevo especializado en mariscos del que hablan tan bien.

–Prefiero comer en casa, Pedro, si no te importa. Me siento como un barril con mis mejores ropas –dijo ella.

–Sí, me importa. ¡Venga, Pau! ¡No es que no quieras que te vean así! ¡Lo que no quieres es que te vean conmigo!

–Conozco a un montón de gente en esta ciudad. ¿Por qué no nos subimos al tejado de la casa y gritamos a los cuatro vientos que tú eres el padre de mi hijo?

–Buena pregunta, ¿Por qué no?

–Porque yo no quiero.

 –¡No pienso irme, Paula!

–Para mí, el trato todavía tiene validez –dijo ella.

 –Entonces estamos en un callejón sin salida –dijo suavemente Pedro.

Ella hizo un esfuerzo por ponerse de pie, y tiró sin querer unos bulbos.

–Es un callejón sin salida porque tú lo quieres. Cuando dos personas hacen un trato, deben romperlo los dos. ¡No sé cómo hacértelo entender!

–El trato –dijo perezosamente, pasándose los dedos por la frente–. Ahora me doy cuenta de por qué lo hice. Es tan obvio, y sin embargo no me dí cuenta hasta ahora. Elegí la vida, Pau, ¿No lo ves? He estado como un zombi durante dos años, medio muerto, y entonces llegaste tú con la loca idea y la acepté. Mi subconsciente sabía lo que ocurría aunque mi cerebro no. He querido el bebé desde el principio. Así fue.

Nada de lo que hubiera dicho él la hizo sentir mejor. Al contrario, sus palabras parecían ahogarla, quitarle la respiración.

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