miércoles, 22 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 34

–Mi apellido no es Brownlee. Es Blackson. Y nunca le he sido infiel a Sofía en toda mi vida, y menos con su mejor amiga. Ese tipo, el modo en que me miraba... ¿Es el padre, no?

–No se lo digas a nadie –dijo ella.

–Se lo diré a Sofi, porque le cuento todo. Y no me parece bien que le digas a ese tipo que nunca te pedí que te casaras conmigo. Estoy de acuerdo con Sofi, dejando al margen problemas como la violencia y los malos tratos, es mejor para los niños que sus padres estén casados. Creo que ese Pedro y tú deberían pensarlo bien.

Rafael, un hombre tranquilo y amable, estaba muy irritado por el hecho de que Paula lo hubiera hecho pasar por el padre de su hijo.

–¡No sabía qué hacer! ¡Su madre estaba allí delante! –dijo Paula– ¡Por Dios! ¿Qué le iba a decir? –Luego agregó: –No debí ir contigo. Pero no pensé que fuera a encontrarlo.

–No estás plantando petunias, Paula. Estamos hablando del futuro de un niño.

–Comprendo lo que me quieres decir –dijo Paula disgustada, y abrió el programa del concierto de Mendelsson.

¿Tendría razón Rafael? ¿Se estarían olvidando de algo tan importante para el bienestar de su hijo a quien amaba ya, con un amor incondicional? Pero era un asunto de retórica, porque Pedro no tenía intención de pedirle que se casara con él, se vistiera de blanco o de beige.

Pedro se pasó la siguiente mañana limpiando los desagües de la casa de su madre. El trabajo físico le vendría bien para no pensar, sobre todo después de haber visto a Paula con Rafael Brownlee. Estaba furioso con ella. ¿Cómo se atrevía a tener una relación con Rafael Brownlee cuando llevaba en su vientre un hijo suyo? ¿Cómo era capaz? Esa misma tarde iba tener que contestar a algunas preguntas, decidió.

A las dos fue a casa de Paula. No estaba su coche, pero golpeó varias veces hasta convencerse de que no había nadie. Entonces fue a su oficina. Hacía mucho calor. La empresa Jardines llames ocupaba un edificio modesto en una calle del norte, pero estaba recién pintado y el jardín del frente le daba un aire fresco y alegre. Había un camión con el logotipo de la compañía estacionado en la calle. «Está aquí», se dijo. Francisco salió y le dijo:

–¿Desea algo, señor?

–Estoy buscando a Paula–contestó Pedro cortante.

–No se encuentra aquí ahora mismo. ¿Puedo ayudarlo en algo?

–¿Dónde puedo encontrarla?

El tono de Pedro le hizo decir a Francisco:

 –Si se trata de alguna queja, yo puedo...

–No, gracias. Quiero hablar con ella. Sólo con ella.

 Los ojos de Francisco se achicaron y dijo:

–Debe estar trabajando aún en el proyecto le la calle Dow. Puedo darle la dirección... Pero

Pedro ya se había dado la vuelta, y agregó:

–Sé dónde es.

–¿Es usted Pedro Alfonso, por casualidad? –le preguntó Francisco con el mismo tono de antipatía que su interlocutor.

–Sí –contestó Pedro.

–Usted ha sido quien donó el sitio de la calle Dow y el solar de Corneil, ¿No?

–Exacto –contestó con impaciencia Pedro–. Perdone, pero quiero ver si encuentro a Paula antes de...

–¿Eres tú por casualidad el tío ése que la ha dejado embarazada?

Pedro pensó que el otro quería pelea. Si quería pelea, la tendría.

–Sí... aunque no es asunto tuyo, me parece...

–La dejaste embarazada y te volviste a Toronto. ¿Entraba en el contrato llevártela a la cama?  «Lo siento, Paula, pero no habrá solares si no tienes una aventura conmigo...», ¿Ha sido así?

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