miércoles, 1 de noviembre de 2017

Enemigos: Capítulo 51

La frenética actividad mejoró su humor. No había sabido nada de Pedro en todo el día, seguramente porque estaría igual de ocupado con su proyecto para poner el Beach Club al nivel del resto del grupo. Tal vez aquello funcionara, pensó. Si tenía cuidado, ni siquiera le vería. Si se mantenía muy ocupada, tal vez dejara incluso de pensar en él cada segundo del día. Dispuesta a poner a prueba aquella teoría, se enfrascó en el trabajo cocinando, hablando con los clientes e interactuando con el personal. Cuando terminó ya era muy tarde. Cruzó la playa en dirección a la villa y se detuvo un instante para observar la cabaña de pescadores que le había servido tantas vecesde refugio siendo niña. Estaba al final de la playa privada, pero Paula no fue capade acercarse hasta allí. No podía enfrentarse a los recuerdos. Sabía lo que era la soledad, pero se estaba dando cuenta de que no había nada tan solitario como unmatrimonio frío y vacío.La villa estaba en silencio. Estaba claro que Giuliana se había retirado ya al departamento para el servicio, situado en un anexo. No había ni rastro de Pedro. Aliviada al no tener que enfrentarse a él,  se dirigió al cuarto de invitados. Se dió una ducha y se metió en la cama, que era grande y cómoda. Le dolían las piernas por el cansancio tras haberse pasado el día de pie.Estaba empezando a dormirse cuando se abrió la puerta de golpe y alguien encendió la luz. La silueta Pedro ocupaba el umbral. Sus ojos se clavaron en ella como los de un cazador que hubiera localizado a su presa.

–Para que lo sepas –dijo con tono suave–, el escondite es un juego de niños, no de adultos.

–No estaba jugando al escondite.

–Entonces, ¿Qué diablos estás haciendo aquí? Cuando llego a casa del trabajo no quiero tener que buscarte.

La combinación de su tono letal y de aquellos ojos oscuros provocó que se pusiera nerviosa.

–¿Esperabas que te esperara despierta para ponerte las zapatillas de estar por casa?

Pedro entró en la habitación y empezó a dar vueltas alrededor de la cama como un animal salvaje que buscara el mejor método de ataque.

–¿De verdad creías que te dejaría dormir aquí?

–Yo elijo dónde duermo –murmuró Paula sosteniendo las sábanas de seda con firmeza.

–Ya elegiste al casarte conmigo. Dormirás en mi cama esta noche y todas las noches.

Acercándose con tanta velocidad que Paula no pudo reaccionar, le quitó las sábanas y la tomó en brazos.

–¡Suéltame! Deja de comportarte como un cavernícola –se retorció entre sus brazos.

Pero Pedro se limitó a sujetarla con más fuerza.

–¡Vas a despertar a Baltazar!

–Entonces deja de gritar.

–¡Nos va a ver!

–Verá a su padre llevando a su madre a la cama –gruñó Pedro dirigiéndose hacia la habitación principal–. Es una escena perfectamente aceptable. No tengo problema con que sepa que sus padres duermen juntos –cerró la puerta de una patada, se acercó a la enorme cama y la depositó en medio.

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