lunes, 20 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 30

Ana era tan orgullosa como reticente, y no volvería hablar del tema seguramente. Pero era una mujer que había tenido un primer matrimoniopoco feliz, y que había sufrido la pérdida de su segundo marido, a quien amaba, con dignidad y valentía. ¿Cómo iba a negarle algo tan elemental como un nieto? Y eso era exactamente lo que él estaba haciendo. Se fue a la cama temprano. ¿Qué estaría haciendo Paula en ese momento?


Jesica, aunque él se hubiera reprimido sus deseos sexuales para no apabullarla, siempre había actuado como si le tuviera miedo. O tal vez habría tenido miedo del sexo en sí mismo. En ocho años de matrimonio, nunca lo había abrazado, con el fervor de Paula, ni se había reído con la frescura de ella. De manera que con Jesica nunca se había sentido tan libre y relajado como con Paula. Debía haberle fallado a Jesica en algo básico, sin saberlo. Y ese sentimiento de frustración, era otro más agregado al sentimiento de culpa que sentía por la muerte de Jesica y Martina. Martina... su hija.


Se giró en la cama, apagó la luz, y sorprendentemente se quedó dormido inmediatamente. Pero se despertó a las dos de la madrugada, con su propio grito de terror en medio de una pesadilla. Había cometido el error de ver la camioneta después del accidente. Y en la pesadilla aparecía mezclada con la sangre que invadía todas las imágenes. Pero lo peor eran los gritos de dolor de Jesica y Martina, un quejido terrible que le destrozaba el corazón, y lo sumía en una agonía insoportable. Unas lágrimas asomaron a los ojos de Pedro.


Se sentó en la cama. Y se peinó con los dedos nerviosamente. Sabía, por experiencia, que era inútil intentar volverse a dormir. En su casa solía levantarse, ponerse a trabajar, o mirar televisión. Pero allí, en casa de su madre, no quería despertarla. De joven había sido un amante del riesgo. Le encantaba escalar montañas, las carreras de coches, e incluso había tenido una moto. También había practicado deportes como la caída libre, pero nada le había dado tanto miedo como aquel sueño.


El mensaje del sueño era claro. No estaba en condiciones de arriesgarse en una relación íntima, y menos en un matrimonio con un hijo. El perder a Martinalo había destrozado. Y con Paula había compartido algo muy íntimo... Sería mejor desaparecer antes de que fuera demasiado tarde, le decía una voz interior. Paula Chaves no era para él. Y nunca lo sería.


Pedro finalmente volvió a conciliar el sueño. Por la mañana su madre estaba muy contenta con todos los regalos que le había llevado. Al mediodía Ana se reunió con un grupo de amigas, y él comió con ellas; y por la tarde, mientras su madre dormía una siesta él intentó leer un rato. A las tres y media llamaron a la puerta. Debía ser Paula, con los planos. Pero al abrir se encontró con un hombre joven muy atractivo. Debía ser Francisco. Seguramente tendría montones de mujeres a sus pies.

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