lunes, 13 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 11

Pagaron y dejaron la propina. Paula se puso el abrigo.

–Te acompañaré hasta la camioneta antes de pedir un taxi.

Paula no tuvo fuerzas para discutírselo. Y caminaron por la calle oscura.

–Parece que no va a subir más la temperatura...

Pedro le tomó el codo. Se escuchaba la música de los bares de alrededor. Unos adolescentes llenaron la calle de risas y voces por un momento. Paula iba deprisa. No veía la hora de estar sola. Había hecho el ridículo esa noche. Cuando llegaron a la camioneta, se giró para mirarlo.

–No creo que nos volvamos a ver –dijo ella–. Muchas gracias por toda tu ayuda, y buena suerte en todos tus proyectos.

El viento la despeinaba. Parecía tan distante como una estatua. Él no tenía nada que perder. Nada. Le tomó la cara con la mano, le dió un beso en los labios y dió un paso hacia atrás.

–Adiós, Paula–y para su satisfacción, notó que ella ya no parecía una estatua.

Más bien parecía que tenía ganas de arrollarlo con la camioneta. Entonces él agregó:

–Esperaré aquí a que te marches con la camioneta.

Ella abrió la puerta de la camioneta torpemente, subió y dió un portazo. Inmediatamente el motor del vehículo rompió el silencio, y ella desapareció calle abajo.

Pedro se quedó con las manos en los bolsillos de la gabardina, mirándola. Había sido demasiado. Necesitaba dar un paseo. Volvería al hotel andando. Además, no tenía sueño. Paula Chaves no le era indiferente, como él no le era indiferente a ella. Pero daba igual. Porque él iba a sacársela de la cabeza.

Pasaron dos días. Pedro se había reunido con el alcalde y el secretariode éste. Había seguido trabajando en el proyecto de la fachada, había visitado varios sitios en Bedford Basin, y dejado las bases sentadas para firmar un contrato en Montreal. Pero cada vez que tenía un momento libre, pensaba en Paula. Y en su idea de que él fuera el padre de su niño. ¿Por qué no querría casarse? ¿Sería divorciada o viuda? ¿Por qué se había puesto tan rígida en sus brazos cuando habían bailado en la pista, y se había molestado tanto por el beso que le había dado junto a su camioneta? ¿Y por qué lo habría elegido a él? Era una idea atroz. Así que, ¿Por qué pensar en ella? Sabía perfectamente por qué. Porque si él aceptaba su plan, tendría la posibilidad de hacer el amor con ella. Satisfacer el hambre de ella que había tenido desde que la había visto por primera vez. Quizás de ese modo fuese capaz de olvidarla, y de dejar de soñar con ella cada vez que apoyaba su cabeza en la almohada. Pero también había otra razón. Si Paula se quedaba embarazada, sobre la tierra habría un niño suyo. De su misma sangre. Vivo. Viviendo, creciendo, y aprendiendo. Paula sería una buena madre. Estaba seguro de ello. Pero él sería un padre ausente, presente sólo en el acto de su concepción. El no amaría a ese niño. Ni lo conocería. No se implicaría en la relación con él. Estaría a salvo así. No podía dejar de pensar en ello.

Pedro pasó el fin de semana con su madre, ayudándola a colgar cuadros, acarreando cajas, y pintando la habitación pequeña de su casa. El domingo fueron a la Bahía de Mahone, donde su madre compró un adorno en un anticuario para decorar la habitación recién pintada. Él tenía idea de volver a Toronto antes del fin de semana.

El martes, de mal humor, volvió al club de squash. Alquiló la pista por una hora. Tom le había prometido ir. Por lo menos, cuando jugaba al squash no tenía tiempo de pensar en Paula. Y no pensaba que pudiera encontrársela, porque ella y Juan solían ir a jugar temprano por la mañana. Jugó con agresividad, peleando los puntos como nunca. Estaba concentrado totalmente en el juego, por lo que no se dió cuenta de que había alguna gente mirándolos desde la galería del primer piso, y entre ellos, Paula. Ella estaba atrás, con la raqueta pegada al pecho. Pedro se movía con gracia, para ser un hombre tan grande. Su raqueta le daba a la pelota con fuerza y maestría, salvando situaciones imposibles. Estaba al ataque constantemente, casi nunca se colocaba en posición de defensa. Se podía conocer mucho a alguien por su forma de jugar. Y ella pensó que él jugaba con placer, pero también como si su raqueta la moviera el mismo demonio.

Ella había estado jugando diez minutos antes, sin espectadores, y luego había ido al vestuario de damas. Pedro jugaba enérgicamente. Pero Diego no se quedaba atrás. Había tenido también un mal día, y ahora se desquitaba en el squash. Después de cincuenta y cinco minutos, le ganó por pocos puntos. Se dieron la mano riendo. Diego se quedó hablando con un hombre, y Pedro se fue hacia los vestuarios, secándose el pelo con la toalla. No la vió hasta chocar con ella literalmente. Su codo rozó la blandura de su pecho, ella le hundió la raqueta en las costillas, y al separarse se dió cuenta de que era Paula. Estaba vestida con pantalones cortos, y una camisa de punto, y en el pelo llevaba una cinta que le impedía que los mechones se le fueran a la cara.

–Tú sólo vienes aquí por la mañana... –dijo él sin remedio.

–Juan está fuera. Así que estoy jugando con una amiga estos días.

Pedro estaba bañado en sudor. Por el cuello de su camiseta asomaba un vello húmedo. Le costaba respirar. Ella tampoco podía respirar normalmente. Le sudaban las manos, y de pronto le oyó una risa cálida anunciando cierta relajación:

–No te acerques a mí. Me hace falta una buena ducha.

¿Y a ella se le había ocurrido que ese hombre podría ser el padre de su hijo? ¡Dios la librase de semejante cosa!

–Te he estado mirando jugar ¿Siempre juegas así?

–Paula, ¿Por qué no nos vemos después de que juegues? Podemos tomar algo en el pub. He estado pensando acerca de lo que me propusiste.

–Ese es un asunto del que no quiero volver a hablar siquiera.

–Quizás lo acepte.

 Ella se puso pálida.

–¿Hablas en serio?

–Con ciertas condiciones. Creo que deberíamos hablarlo un poco más.

 –Se me hacer tarde –dijo ella, con gesto esquivo–. Tengo que irme. Te veré en el pub dentro de una hora.

Pedro se volvió a secar el sudor, y se fue a la ducha. Él sólo había reiniciado las conversaciones, se decía. No había tomado una decisión a la ligera todavía.

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