lunes, 13 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 12

Pedro se había comido ya un plato entero de carne con salsa picante, y bebido dos cervezas cuando Paula apareció por la puerta del pub. Varios de los hombres que estaban en el establecimiento la miraron con curiosidad, y entonces él, en una actitud instintivamente posesiva, se puso de pie y la saludó. Ella sonrió, y se abrió paso entre las mesas. Estaba muy atractiva con sus vaqueros y su chaqueta de piel marrón. Él le apoyó una mano sobre el hombro y le dio un beso, y entonces notó toda la tensión que albergaba su cuerpo.

–Eres una mujer de primera. He estado jugando al squash durante casi una hora y todavía siento ganas de tumbarte en el suelo y hacerte el amor.

Paula se puso colorada.

–El gorila de la puerta no lo aprobaría, estoy segura.

 –Además, habría que limpiar un poco la alfombra.

Paula se sintió aliviada al ver aparecer al camarero. Entonces pidieron hamburguesas y cerveza.

–He perdido. No he podido concentrarme. Pensé que te habrías ido a Toronto –dijo Paula.

–Me voy el viernes por la tarde –Pedro pagó las cervezas cuando se las sirvieron. Y luego esperó a que el camarero se alejara para agregar–: Pero puedo retrasar mi vuelo hasta el domingo. De ese modo podríamos pasar el fin de semana juntos, durante el cual haré todo lo que pueda para dejarte embarazada.

–Pedro, yo... Me parece que no me has entendido –dudó un momento y dijo todo de corrido–: Hay clínicas... Puede hacerse de forma artificial.

–¿Qué has dicho? –preguntó él sin poder creer lo que había oído.

–Lo que has oído.

Él achicó los ojos.

–En el breve tiempo que te he tratado, te he catalogado con varios adjetivos, pero no se me habría ocurrido pensar que eras una mujer de sangre fría. ¡Artificialmente! ¡Por el amor de Dios!

–¡Toda la situación es artificial! Y no soy una mujer de sangre fría. Apenas nos conocemos, ¿Cómo piensas que podemos hacer el amor?

–Muy fácilmente, te lo aseguro. La gente lo hace todo el tiempo.

–Yo no soy la gente. Soy yo.

–Entonces estamos perdiendo el tiempo. No voy a traer al mundo a un niño de ese modo, Paula. Puedes buscarte otro para eso.

Ella no podía ni imaginarse hablando con otra persona del asunto. Mientras Pedro miraba distraídamente el vaso, ella lo estudiaba. Y de pronto fue como si por primera vez descubriera el hueso de su mandíbula, las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, seguramente producto de su risa fácil, la boca bien dibujada, y la barbilla con un hoyuelo en el medio. En ese momento parecía mayor de lo que era. Seguramente había sufrido, pensó ella, y recordó la pena que se había asomado a sus ojos la noche del restaurante. Entonces dijo con firmeza:

 –No quiero pedírselo a nadie más.

Él alzó la mirada, y le clavó los ojos grises.

 –Pero quieres que desaparezca una vez que quedes embarazada.

–Exacto. Lo criaré yo sola.

–¿Qué tienes en contra del matrimonio, Paula?

–Soy una mujer independiente, tengo una seguridad económica, y me espanta el ochenta por ciento de los hombres. El veinte por ciento restantes se lo quedaron otras mujeres más rápidas que yo en la jugada.

–No dudo de que haya algo de verdad en eso. Pero no puede ser una razón para que reacciones de ese modo cada vez que nombre la palabra matrimonio. ¿Por qué no quieres casarte?

Paula se encogió de hombros.

–Por todo y por nada –contestó.

–¿No vas a contestar nada más? Es una buena forma de mantener a la gente a distancia.

Ella frunció el ceño, no le gustaba el modo que tenía él de adivinar sus pensamientos.

–Suele funcionar con la mayoría de los hombres.

–Yo no soy la mayoría de los hombres.

 –No es verdad, realmente –dijo ella de pronto, haciendo una pausa cuando el camarero les llevó la comida–. Estuve casada. Y no quiero casarme nunca más. Y eso es todo lo que te voy a decir. Tú tampoco vas a decirme por qué cambiaste de idea. Me refiero a mi proposición.

–Tienes razón. No voy a decírtelo.

 –Se trata de hacer un bebé, no de construir una relación.

Pedro no quería una relación. Eso lo había tenido claro desde el primer momento. Llevaba dos años con esa idea. ¿Entonces por qué le disgustaba tanto la sinceridad de Paula? Entonces dijo:

 –Soy una garantía de salud. ¿Y tú qué tal?

No hay comentarios:

Publicar un comentario