viernes, 24 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 38

Él la besó, sin saber de qué otro modo expresar lo que sentía. Y entonces ella extendió los brazos y le acarició el pelo y hundió sus dedos en él, y luego lo besó. Entonces desde lo más profundo de su ser a su mente acudieron las palabras: «Te amo, Paula, te amo». Sintió como si el mundo se le diera vuelta, y entonces la oyó decir:

–Pedro, ¿Qué ocurre?

No podía decírselo. Todavía no. Porque no sabía si tenía el coraje de que esas dos palabras cambiaran su vida por completo. O incluso si de verdad las sentía.

–Después de un beso tuyo, necesito un baño en el Atlántico.

Ella sonrió y dijo:

–Sé lo que se siente...

 Se adentraron en el mar, entre las olas. Paula se sentía viva en el mar.

–¡El último en zambullirse es un gallina! –exclamó ella.

Pedro la zambulló suavemente, y luego se metió él, nadando.

–Dime que ha sido una buena idea –dijo al salir.

–Te has ganado el primer premio –dijo ella.

Jugaron con las olas, buscaron caracolas, y rieron como niños en el recreo.

–Me siento tan bien –dijo Paula al salir, y se sentó en la toalla. Y buscó una bolsa de patatas fritas que llevaba en una cesta.

Pedro se sentó a su lado, con las piernas estiradas. Tenía una cicatriz en la rodilla.

–¿Qué te pasó ahí? –preguntó ella despreocupadamente, mientras abría la bolsa de patatas.

–Me caí de la bicicleta a los nueve años.

Él le puso la mano en el vientre. Le pareció que se movía algo.

–Cory...

Ella le tomó la otra mano, y la puso también sobre su vientre. Entonces le dijo:

–Es tu hijo, Pedro.

–¿Mi hijo? –murmuró él.

 –Me han hecho una ecografía hace dos semanas.

Él cerró los ojos, y sintió los movimientos suaves de su tripa, rompiéndole todas las defensas construidas a lo largo de esos dos años. Puso la cabeza sobre el pecho de ella. Sentía ganas de llorar de la emoción. Estaba envuelto en un tumulto de emociones, tan violentas y enérgicas como las olas. Ella le acarició la cabeza. Entonces ella pensó que no sólo el niño crecía. Siempre que estaban juntos pasaba algo entre ellos. «Y no puedo evitarlo», pensó. «No debí contarle lo de la última ecografía. No debí volver a verlo», siguió.

–¿Estás bien? –preguntó ella, jugando con sus rizos negros.

 –Gracias, Paula, por decírmelo.

–El doctor dice que estamos muy bien los dos, y que todo va bien.

 –¿Estás contenta de que sea un niño?

–Un niño saludable es todo lo que deseo. Pero supongo que, como madre soltera, con una hija sería más fácil.

Él se apartó y dijo:

–Francisco y Rafael  piensan que tú y yo deberíamos casamos.

–Estoy segura de que tu madre pensaría lo mismo.

 –Pero tú, no.

Ella se metió unas cuantas patatas fritas en la boca, las masticó y luego dijo:

–Me juré después de que se fuera Pablo, que jamás me casaría otra vez.

–Entonces para qué voy a molestarme en intentar hacerte cambiar de opinión...

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