miércoles, 1 de noviembre de 2017

Enemigos: Capítulo 53

Paula gimió.

–¿Qué estás haciendo? Por favor... –le arañó la espalda para urgirle a moverse.

Pero Pedro se mantuvo quieto, poniendo a prueba su control mientras esperaba a que Paula regresara del límite.

–No quiero que alcances el clímax todavía –afirmó con tirantez deslizándole la boca por la suya–. Quiero que estés desesperada.

Sentía su dureza dentro, su erección era suave y poderosa como todo en él. Paula empezó a jadear. Pero él seguía sin moverse.

–Pedro–le pasó las uñas por la gloriosa piel de bronce que le cubría los músculos–. Por favor...

La respuesta de Pedro a su súplica fue deslizar la mano bajo su trasero y hundirse con más fuerza en ella.

–¿Has pensado en mí hoy?

Paula apenas fue capaz de hablar.

–Sí. Todo el tiempo.

–¿Y te ha resultado difícil concentrarte? –su voz estaba cargada de deseo.

Ella gimió desesperada.

–Sí. Pedro, por favor...

La mantuvo así durante unos instantes, y cuando Paula pensó que ya no podría seguir soportándolo se movió, despacio al principio. Controlando el ritmo con precisión, sabiendo exactamente cómo proporcionarle el máximo placer. Paula le enredó las piernas alrededor de las caderas, se arqueó contra él y se perdió en aquella locura. Pedro  también se perdió. En algún momento sintió que él había perdido el control y se estaba dejando llevar por el instinto. Ella alcanzó el clímax, y todo su cuerpo se estremeció como si lo hubiera atravesado una tormenta.Escuchó a Pedro soltar un gemido gutural antes de que los espasmos de su cuerpo lo llevaran también a la cima. Paula nunca había experimentado un placer así. El calor de él aceleró supropia excitación y gimió su nombre mientras se agarraba de él para cabalgar aquella tormenta.Después Pedro se tumbó boca arriba y la atrajo hacia sí.

–Me gusta el sexo en la cama –aseguró cerrando los ojos.

Paula se sentía mareada y estúpida.

–Me has obligado a suplicarte.

–¿Te he obligado? –Pedro mantuvo los ojos cerrados–. ¿Te he amenazado?ç

Ella se cubrió los ojos con la mano.

–Ya sabes a lo que me refiero.

–Te refieres a que te he proporcionado un placer inimaginable –Pedro le apartó la mano de la cara y sonrió con picardía–. De nada, cariño.

Estaba tan seguro de sí mismo, era tan arrogante en todo lo que hacía que Paula se sintió mil veces peor.

–No quiero que vuelvas a hacerlo –le espetó con el rostro sonrojado–. Una cosa es el sexo, pero no quiero que vuelvas a hacer algo así.

–¿Por qué? ¿Porque te hace sentir vulnerable? Bien –la voz de Pedro era un suave ronroneo–. Cuanto estés en mi cama quiero que seas vulnerable. Y está bien que me digas lo que te gusta, aunque, si eso te incomoda, tampoco pasa nada porque no necesito tu ayuda para saber lo que te excita.

–Porque eres todo un experto, claro.

–Me has hecho sangre con las uñas, cariño –afirmó él con ironía–. Eso meda alguna pista. ¿Y qué tiene de malo ser un experto? ¿Preferirías un hombre torpe?

–No me puedo creer que estemos teniendo esta conversación –murmuró ella.

Pedro se rió y volvió a colocarse encima.

–Estás llena de contradicciones. Primero eres una osada y un instante después te vuelves tímida. Dos mujeres en un solo cuerpo –murmuró con tono sugerente bajando la mano–. ¿Qué más puede pedir un hombre?

Agotada por las exigencias de Pedro y lo salvaje de su propia respuesta,Paula durmió hasta tarde y se despertó sobresaltada por la preocupación por Baltazar.Se levantó a toda prisa de la cama y se dirigió a toda prisa a su dormitorio, donde Giuliana le dijo que Pedro había vestido a su hijo y le había dado el desayuno antesde irse a trabajar.

–Es el hombre perfecto –suspiró la joven con expresión soñadora–. Tienes mucha suerte.

Paula apretó los dientes. No se sentía en absoluto afortunada. Se sentía una estúpida. Pedro solo tenía que tocarla y se derretía.Regresó al dormitorio y se sentó en la cama cubriéndose el rostro con las manos, humillada por el recuerdo. Entonces sonó el teléfono y contestó.

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