viernes, 24 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 40

Se iría en el primer avión a Toronto. No cenaría con Paula. Se metió enel cuarto de baño, cerró la puerta y abrió la ducha caliente a tope. Luego se duchó con agua fría. Una vez que estuvo vestido fue abajo para ver si encontraba un peine. La televisión estaba encendida en el salón. Paula estaba apoyada en la puerta de la cocina secándose el pelo, y mirando las noticias de las seis. Su albornoz era del mismo color que su traje de baño, y su pelo era una nube brillante que rodeaba su cabeza.

–¿Puedes dejarme tu cepillo cuando termines? –le preguntó secamente.

–Sí, claro –contestó ella pestañeando–. Te secaré el pelo, si quieres.

¿Que se iba a tomar el primer avión a Toronto? ¿A quién quería engañar? De pronto ella hizo un gesto de disgusto mirando la pantalla, y él desvió la mirada hacia el televisor también. Había habido un accidente en la autopista de Trans-Canadá. Acababan de mostrar las imágenes de las ambulancias, el coche de policía... Pedro se puso pálido. Jesica había estado al volante de su nueva camioneta aquel fatídico día de febrero. Si no hubiera estado tan ocupado en el trabajo, habría conducido él. Tal vez él habría podido esquivar al camión cuando le fallaron los frenos en la colina. Él era mejor conductor que Jesica.

–Pedro, ¿Qué te ocurre? ¡No pongas esa cara!

Pedro hizo un esfuerzo por volver al presente, a la mujer afligida que se le colgaba del brazo. Era Paula, pensó. No Jesica. Jesica estaba muerta. Cuando él volvió en sí, Paula le dijo, aliviada:

 –¿Qué ocurrió? Por favor, tienes que contármelo.

Ella había apagado la televisión. Y entonces Pedro contestó rápidamente:

–Mi mujer y mi hija de tres años murieron en un accidente de coche. Hace dos años y medio. Le fallaron los frenos a un camión de transportes. Yo estaba en la oficina cuando ocurrió.

¿Qué más iba a decir? Y hubiera deseado esfumarse de esa habitación. Paula dijo insegura:

–¿Es... por eso por lo que no quieres casarte otra vez, no es así?

Cuando él asintió, ella agregó:

 –¿ Y es por eso por lo que aceptaste el embarazo, no?

–No ha sido muy brillante de mi parte –dijo él, quitándose la mano de ella de su brazo y yendo hacia la ventana–. Pensé que si tú llevabas un hijo mío en el vientre, sabría que había un niño mío en el mundo, a quien cuidarían bien, sin tener que implicarme –luego agregó con amargura–.Cuando se trata de cuestiones emocionales, me temo que soy como un niño de jardín de infancia, como podrás apreciar.

–Pedro–le dijo Paula con firmeza–, eres un ser humano. Como todos los demás. Lo debes aceptar.

–Sí, seguro.

Pedro tenía la cara en sombras porque estaba de espaldas a la luz. Ella entonces le dijo:

–Nadie que esté en el nivel de jardín de infancia podría haber hecho el amor conmigo del modo que lo has hecho. Cuando hicimos el amor, tú te preocupaste por mí, me hiciste sentir libre, me hiciste sentir yo misma. Has sido sensible y apasionado. Me has hecho reír. No me digas que eso no tiene que ver con la madurez emocional.

Pedro se metió las manos en los bolsillos. Jesica no había aceptado esos ofrecimientos de su cuerpo, y por ella, porque la amaba, él se había resignado. Paula era lo opuesto totalmente. Le hacía brotar una pasión que apenas conocía en sí mismo.

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