miércoles, 22 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 31

–Por favor, ¿Podría darle a la señora Martínez estos planos del jardín? Se los envía Paula. Soy su ayudante.

A Pedro no le gustaba oír el nombre de Paula en labios de ese galán.

–Pensé que vendría ella misma a traerlos.

 –Suele trabajar en casa por las tardes. Si necesita algo puede llamarla a casa. Su número está en el presupuesto.

–Ya. Le daré esto a la señora Martínez, no se preocupe.

Francisco se alejó por el sendero con andares de cowboy. Pedro entró a la casa y decidió escribir una carta. Después de varias versiones arrojadas a la papelera, metió la última en un sobre blanco.  Antes de que se arrepintiera iría a casa de Paula. El coche estaba estacionado. Se sintió cobarde. « ¿Qué tipo de cobarde eres tú, Pedro?» Golpeó la puerta. No contestó nadie. Insistió, sin saber si se alegraba o no de que no estuviera. Finalmente la puerta se abrió. Paula  estaba pálida y ojerosa.

–¡Pedro! –exclamó, y se arrojó en sus brazos.

 Eso era lo que Sofía quería decir con «no estar sola». Él le parecía tan sólido como el árbol de su vecino. En sus brazos se sentía en el paraíso. Pedro se quedó sorprendido, luego la abrazó, con la carta aún en la mano izquierda.

–¿Tienes náuseas? –preguntó él.

 –Estoy fatal. Me alegro tanto de que estés aquí...

Y él también se alegraba. Y sentía tanta ternura hacia ella... Luego dijo secamente:

–He venido a hablar contigo.

Paula lo miró.

–Será mejor que entres –dijo ella soltándose de su abrazo. Una vez en el salón, ella esperó a que él hablase.

–Tenías razón, Paula, cuando decías que no deberíamos vemos. Y para ser sincero, no deberíamos volver a hacer el amor como ayer. Habíamos hecho un trato, y debemos ajustarnos a él. La próxima vez haré que mi madre vaya a visitarme a Toronto. Y cuando venga aquí, no me pondré en contacto contigo. Aunque sigo queriendo que me avises cuando nazca el niño.

Era lo que ella quería, que la dejaran sola. Entonces, ¿Por qué se sentía como si le hubieran dado un golpe?

–Tienes razón, por supuesto –dijo ella, poniéndose rígida.  Luego, vió la carta en su mano. Y dijo–: ¿Qué es eso?

–Te había escrito una nota por si no estabas aquí –le dijo. Porque, por nada del mundo le entregaría ahora esa carta–. No tengo más que decir, excepto que te cuides, Paula.

–Lo haré –contestó ella con una sonrisa vacía, y lo acompañó a la puerta.

Pedro salió y fue hacia el coche, sin mirar atrás.

Paula cerró la puerta, y se quedó apoyada en ella. Se sentía herida e infinitamente sola. De sus ojos brotaron unas lágrimas. Pedro la había dejado. Era mejor. Y tenía todo el derecho del mundo a hacerlo.

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