lunes, 13 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 13

–Yo también –ella sonrió–. No es un tema que me haya preocupado nunca por ambas partes.

Él hubiera querido preguntarle por qué, pero estaba seguro de que ella no le iba a contestar.

–¿Qué ayuda económica quieres?

Ella detuvo el movimiento del tenedor hacía la boca para contestar con vehemencia:

–¡Ninguna! Esto no tiene nada que ver con el dinero.

Él se había imaginado que ésa iba a ser su respuesta.

–Espero que cuando te quedes embarazada me lo digas...

 –¡No quiero que me vigiles!

–Si no te quedas embarazada supongo que querrás intentarlo nuevamente. ¿No es así?

¿Y qué se suponía que tenía que contestar a esa pregunta? Paula se puso colorada.

–No me gusta hablar de este modo. Parece planteado desde un punto de vista totalmente utilitario...

–Del mismo modo que tú tratas el nacimiento del bebé... Yo quiero saber cuándo nazca.

–Me lo pensaré –dijo ella escuetamente.

–Te he dicho que tenía ciertas condiciones el trato, Paula. Hay tres más. Una, que si alguna vez necesitas ayuda, te pongas en contacto conmigo. La segunda, que me pondré en contacto contigo una vez al año para saber cómo va todo. Y la tercera, una vez que sepa que estás embarazada, cambiaré mi testamento para que el bebé y tú sean beneficiarios.

Paula dejó de comer.

–¿Sabes cómo me siento? Como una mosca en una telaraña. Cuanto más intento defenderme, más atrapada estoy.

–No estamos hablando de algo sin importancia, como un partido de squash, por ejemplo –dijo Pedro en tono serio–. Estamos hablando de una nueva vida que vamos a traer al mundo. No es algo que podamos tomar a la ligera. Si uno de los motivos por el que me has elegido es porque tengo principios, no esperarás que desaparezcan por arte de magia cuando te convenga.

El problema era que él tenía razón.

–Tal vez debamos olvidar todo este asunto. Cada vez se complica más –ella jugó con el cuchillo–. Pedro, ¿Estoy equivocada al querer tener un bebé? Sé que se supone que la gente se casa primero y luego tiene hijos. ¡Pero yo odio la idea de casarme! Es como si hubiera quedado inmunizadacontra el amor. No quiero enamorarme. Sólo quiero tener un niño.

No monologaba. Realmente quería que Pedro le dijera algo. Pero se equivocaba al elegirlo a él para que le diera una respuesta. Él estaba inmunizado contra el matrimonio y contra los niños. Entonces dijo cuidadosamente:

–Ser madre soltera no te será fácil.

Paula había deshecho el pepinillo con el cuchillo.

–Todas las mujeres que conozco están casadas, han formado una familia, o están constantemente cambiando de relación, enamorándose y desamorándose. Yo no encajo en ningún grupo de esos. Ese es el problema.

–¿No has pensado en la adopción?

–Hay una larga lista de espera. Tendría que esperar años. No tengo tanta paciencia, Pedro. Quiero tener un hijo ahora. Y sé que tienes razón. Ser madre soltera y seguir con mi trabajo no será fácil. Pero estoy aprendiendo a delegar parte del trabajo en otros. Francisco, mi ayudante, puede llevar la empresa durante uno o dos años, sobre todo si me dedico a las plantas perennes.

El gesto en la mandíbula de Pedro no era celos, por supuesto.

–¿Por qué no le pides a Francisco que sea el padre, entonces?

Ella se rió suavemente.

–¡Oh! ¡No! No es porque no le interesen las mujeres, te lo puedo asegurar. Sino que le interesan demasiado. Tiene las hormonas masculinas siempre alertas. Cuando empezó a trabajar conmigo tuve que dejarle las cosas muy claras, y ahora somos buenos compañeros.

Paula se puso seria, y apartó una patata frita que quedaba en el plato. Luego continuó:

–Tengo algo de dinero ahorrado, el que me queda de la agencia, y de lo que me dejó mi tía. Y sé que Sue me pasará la ropa de bebé, y todas las cosas que me hagan falta –entonces lo miró a los ojos, y dijo apasionadamente–: ¡Tengo tanto amor para dar, Pedro! Seré una buena madre, lo sé.

Entre otras emociones, Pedro sintió compasión, y dijo sin pensar:

–Si no creyera que vas a serlo, ni siquiera estaría aquí conversando contigo.

Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Pedro se las secó cuando se escurrieron por sus mejillas.

–Eres una buena persona, Paula. Por supuesto que serás una buena madre.

Por la mejilla de Paula se deslizaron dos lágrimas más, que cayeron en el plato.

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