viernes, 24 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 39

No estaba decidido, sintió ella.

–No estás convencido tú tampoco.

 –Pero es una hipótesis.

 –No puedo. Me hirió mucho saber que Pablo me amaba por mi dinero y no por mí, y fue muy difícil quitármelo de encima.

Era la primera vez que hablaba del tema.

 –¿Te recuerdo a él?

–¿Acaso crees que estaría contigo si fuese así?

–He sido yo quien te ha hecho la pregunta.

–No, no me recuerdas a Pablo.

–Bueno, eso es algo –dijo Pedro afablemente, y abrió la botella de zumo.

Paula se sentía enfadada, y no sabía por qué. Tal vez porque sentía una curiosidad inmensa por saber por qué Pedro no le proponía casarse con ella en ese mismo momento. Y como no quería demostrar su curiosidad dijo:

–No debería comer patatas fritas... Voy a bañarme otra vez –y se puso de pie.

Pedro la observó adentrarse en el mar. «Un hijo», pensó. Y Paula era la madre de su hijo. « ¿La amo?», se preguntaba. «Y si es así, ¿Qué voy a hacer?».

–Iremos a cenar a Tancred. Tienen un patio para cenar al aire libre, y la mejor ensalada del lugar. Y hablaremos de cualquier cosa bajo el sol, excepto sobre matrimonio y embarazo. ¿Qué te parece?

El cuerpo de él brillaba al sol, y su sonrisa era irresistible.

–Una cena temprano. Tengo que volver a mis libros de contabilidad esta noche. Mi contable está que arde porque voy retrasada.

–Te llevaré a casa a las ocho y media.

 –Me parece genial.

Pedro se puso de pie con la toalla en la mano, y le dijo:

–Quédate quieta –y comenzó a secarle las gotas de agua salada sensualmente.

–Te diré una sola cosa, y luego, no volveré a hablar más del tema: el embarazo no adormece la libido –dijo ella.

Pedro se rió, y la miró con deseo:

–Siempre puedes decirle a tu contable que has tenido que acudir a una cita importante. En la cama.

–No tiene el más mínimo sentido del humor –y le acarició el pecho con la punta del dedo, hasta el ombligo.

–¡Para! No se puede hacer el amor en público. Es delito en Nueva Scotia.

–Los abogados tampoco tienen sentido del humor.

Volvieron a casa contentos. Paula se dió una ducha en el baño de abajo, y mandó a Pedro al de arriba. Cuando pasó por la habitación de ella, él se sonrió, porque sabía que terminarían allí, a pesar del contable. Entonces echó una ojeada a la habitación de enfrente. Se le borró la sonrisa. Paula la había acondicionado para el niño. Olía a recién pintado. Las paredes eran amarillo claro, y ella había agregado una cenefa con dibujos de Disney, y las cortinas a juego. La cuna era un modelo igual al de Martina, observó con el corazón encogido. En cuatro meses tendría un hijo. Ya no podía hacer nada para detener el proceso. Y entonces él volvería a ser vulnerable, vulnerable al dolor que su pequeña le había hecho sentir.

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