lunes, 20 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 27

Eso tampoco estaba en el trato al que habían llegado... ¿Por qué no se lo había advertido a su madre? Y más aún, ¿Por qué no le había dicho a ella que estaba en Halifax? Paula empezó a sentir rabia. Comió un sándwich, bebió un vaso de leche, y se puso a trabajar con el ordenador. Empezaría a trabajar con el proyecto del jardín de la señora Martínez, así lo terminaría cuanto antes, y se quitaría de la cabeza al trabajo, a la señora Martínez, y a su hijo. Cuando estaba imprimiendo los bocetos tridimensionales, alguien llamó al timbre insistentemente. Apagó la computadora y fue abrir, resignada a encontrarse con alguna escena inquietante. Tanto, que no se extrañó de encontrar a Pedro de pie, al otro lado de la puerta...

–Pasa –dijo fríamente. Me imaginé que podrías ser tú.

-¿Qué diablos haces intentando captar a mi madre como dienta? ¿Estás loca?

–¡No sabía que era tu madre!

–¡Venga ya! Si has averiguado tantas cosas de mí como me has dicho, seguramente sabrías su nombre. Mi padrastro era un conocido coleccionista de primeras ediciones canadienses. Lo suelen nombrar cuando escriben artículos sobre mí.

–¿Quieres decir que soy una mentirosa? –le dijo ella clavándole la mirada.

–No creo en las coincidencias.

 –Fue una coincidencia. Me llamó para su cumpleaños, y ése es elmotivo por el que tú también estás aquí, en Halifax. Además, ¿Para qué iba a querer relacionarme con tu madre?

–A pesar de que viva en esa casa pequeñas es una mujer bastante adinerada.

–¡Oh! ¡Es encantador de tu parte! ¡El padre de mi hijo piensa que soy avariciosa, mentirosa y retorcida! –lo interrumpió Paula furiosamente–. La señora Ana Martínez es una clienta que me llamó hace un par de días para pedirme un presupuesto. Y si se trata de echamos cosas en cara, ¿por qué no me dijiste que tu madre vivía en Halifax? Pedro , llevo un nieto suyo en mi vientre...  ¡Por el amor de Dios!

De pronto, como si sus propias palabras le hubieran evocado su estado, sintió mareos. Salió corriendo al aseo de la planta baja, y cerró la puerta.

Pedro se quedó solo, tratando de ordenar sus pensamientos, por primera vez desde que había llegado al jardín de su madre. La recordaba debajo del abedul, con su belleza de siempre... Lo único que se le ocurría de todo aquello era que Paula tenía que haber planeado todo eso. ¿Y ahora? ¿Dónde estaba? ¿Qué pasaba? Fue por el corredor llamándola.

–¿Estás bien, Paula?

–¡No! ¡Vete!

 –¿Qué ocurre?

 –Pedro, por favor, ¿Puedes irte?

Él abrió la puerta a propósito. Ella estaba agachada frente al retrete, con la cara pálida, los ojos ojerosos y una expresión de infinita pena.

–¿Qué ocurre? –repitió él.

–Son las náuseas matutinas, sólo que a mí me ocurren por la tarde, y a veces se prolongan durante parte de la noche. Realmente es horrible. En la próxima reencarnación, seré un hombre.

No sería así, si de él dependiera, pensó Pedro. Paula no parecía muy receptiva a sus palabras.  Jesica , su esposa, no le había dejado ver los inconvenientes de estar embarazada. Había sido enfermizamente reservada en lo que tenía que ver con su cuerpo. Se sintió descorazonado y preguntó con torpeza:

–¿Puedo ayudarte en algo?

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