miércoles, 22 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 32

Tres meses más tarde, en el mes de septiembre, Pedro voló a Halifax. Desde el avión vio la ciudad con su puerto, sus islas, sus dos puentes... Le dieron ganas de decirle al piloto que diera la vuelta y regresara a Toronto. Paula estaría en algún lugar allí, pensó él, ella y su bebé aún no nacido. No había sabido nada desde su última visita en junio. Y tampoco se había puesto en contacto. Se habían ajustado al trato completamente, pensó. A su madre le había dado mil excusas para no ir a ver su jardín, pero no podía seguir postergándolo, porque su madre se ofendería. Y en un par de días volvería a su casa. No pasaría cerca de la casa de Paula.

El avión aterrizó, y Pedro llegó a casa de su madre una hora después. Ana tenía entradas para un concierto de violín. Él se lamentó de que fuera posible encontrarse a Paula allí; era el tipo de espectáculo que seguramente no se perdería.

–¿No te importa, Pepe? Tal vez debería habértelo dicho, pero penséque podría ser una sorpresa agradable para tí.

Era una sorpresa, sí.

–Es estupendo. Me sorprende que hayan traído a alguien de ese calibre –dijo él haciendo un esfuerzo por disimular.

–La cena está lista. Ponte cómodo.


A las ocho menos cuarto, Pedro  estaba al lado de su madre en la sala de conciertos. La atmósfera que se respiraba era la de los grandes conciertos. El programa incluía el concierto de violín de Mendelsson, uno de sus favoritos. En el momento en que su madre se puso a hablar con la mujer de aliado, él aprovechó para mirar en todas direcciones, tratando de disimularlo, claro está, con los nervios tan desafinados como los instrumentos que se oían detrás del escenario. La gente seguía llegando. Pero no había nadie conocido, por suerte. Se relajó en el asiento. Pero de pronto, lejos en el pasillo central, la vió. Era Paula. Un hombre desconocido estaba a su lado. La llevaba del brazo y ella reía entusiasmada. Parecían estar cómodos el uno con el otro, como si no fuera una relación nueva. Había tenido tres meses para construirla. Y Paula tenía un inconfundible aspecto de embarazada. Dos personas al final de la fila se pusieron de pie y ella llegó a su asiento. Llevaba un vestido verde, suelto. El hombre le dió la chaqueta, y se sentaron.

–Pepe, ésta es Nancy Slaunwhite, una prima de Wendell... ¿Pepe? – tuvo que repetir su madre.

–Perdón –murmuró él.

Sin saber cómo, pudo conversar coherentemente con Ana y la otra mujer. Al menos no lo habían mirado extrañadas. Pero cuando la luz de la sala se fue apagando, suspiró aliviado. Mozart y Haydn lo entretuvieron hasta el intervalo. Él había decidido quedarse en la butaca, pero oyó que le decían:

–¿Nos traerías un refresco, Pepe? Hace mucho calor aquí, y el bar siempre está tan lleno de gente...

Atravesó el pasillo con la vista mirando hacia adelante, sin detenerla en nada ni en nadie. Dejó a su madre y a su prima política en el vestíbulo y fue a buscar las bebidas. Pero cuando volvió, para su horror vio que Paula y su acompañante se dirigían distraídamente hacia ellos. Ella no los había visto, porque estaba conversando animadamente con el hombre.

–¡Oh, Paula, no sabía que estabas casada...! –le dijo cordialmente Ana.

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