miércoles, 8 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 2

Paula se echó hacia adelante y le sonrió. No porque fuera un hombre tan atractivo iba a cambiar sus planes.

–Quiero pedirle algo, señor Alfonso, y deseo darle algo a cambio.

–Veo que es usted distinta a mucha de la gente que viene por aquí – dijo él.

–¿Sí? Usted es un hombre de negocios exitoso, pero realmente se preocupa de la calidad de su trabajo, y eso, para mí, lo diferencia de mucha gente –dijo ella, y luego pestañeó.

–¿Y por qué piensa eso de mí, señorita Chaves? –dijo él, y luego se dió cuenta de que podría estar picando en el anzuelo de sus cumplidos.

–He hecho mis averiguaciones. He leído todo lo que pude acerca de su compañía y de usted –dijo ella con entusiasmo. Usted y yo tenemos algo en común. Estoy convencida. Y es por ello que estoy aquí. Porque si su tiempo es muy valioso, también lo es el mío –no había querido ser arrogante. Simplemente era clara.

–Tiene usted una ventaja sobre mí –dijo Pedro, intrigado, a su pesar–. Porque yo no sé nada sobre usted.

–Tengo mi propia empresa también: Jardines Chaves. Una compañía bastante más pequeña que la suya. Trabajo en el diseño en esta zona desde hace cinco años, y el pasado año gané un premio provincial y otro municipal por un parque que diseñé al norte de la ciudad.

Paula, incapaz de contener su energía se puso de pie, y caminó hacia las ventanas amplias, desde las que se veía la lluvia.

–Amo esta ciudad, señor Alfonso. Y quiero que sea un lugar agradable para la gente que vive en ella. Quiero que siga siendo un lugar acogedor. Y ahí es donde usted puede ayudarme. Porque pienso que usted comparte esos valores.

–Yo no desprecio el hacer dinero –dijo él, cortante.

–Yo tampoco. Y no tengo que pedir disculpas por ello.

Él se apoyó en el respaldo de su silla, con las manos por detrás del cuello, sacando pecho:

–¿Entonces, cuál es el toque que va a dar usted a mi agenda?

Ella se sonrojó, se puso las manos en los bolsillos de su falda y dijo fríamente:

–No quiero su dinero. Quiero su tierra.

Era muy directa, pensó Pedro. Sin saber por qué, él quiso hacerla tambalear, y dijo:

–La tierra es dinero, seguramente usted lo sabe igual que yo.

–La tierra es más que dinero, mucho más. Supongo que usted también lo sabe. Específicamente, estoy interesada en dos propiedades, el solarése del antiguo estacionamiento en la calle Dow, y la esquina de la calle Corneil con la Cuikshank. Ninguno de los cuales tiene un valor demasiado alto monetariamente.

Él se puso de pie, y caminó hacia la ventana, mirándola.

–¿Y por qué los quiere entonces? –preguntó él clavándole la mirada.

–El solar del aparcamiento podría transformarse en un jardín comunitario maravilloso, un lugar para que disfruten las familias, una zona de juegos... Y ahora mismo es un lugar desaprovechado, un basurero horrible.

–Muy elocuente –dijo él, sin dejar de mirarla.

Paula lo miró a los ojos, achicando los suyos.

–¿He venido hasta aquí engañada, entonces? Todas esas revistas hablaban de usted tan halagadoramente, de su integridad, y sus valores a la antigua usanza, ¿se ejercitaban en los cumplidos con usted?

Pedro la miró con encono. Las pestañas de la mujer eran largas y tupidas, y muchas modelos habrían pagado fortunas por tener la forma de sus mandíbulas.Sintió la tentación de  limpiarse la ínfima mancha de carmín de sus dientes  con la punta del dedo, pero le dijo abruptamente:

-¿Qué me dice de la otra propiedad? ¿La de Cornell?

-Hay un par de casas donde vive gente mayor cerca de esa esquina, y también algunos alquileres de renta baja, podría hacerse allí un parque pequeño con bancos, flores, y algunos árboles que den sombra. Ya existen tres arces allí.

–¿Usted diseña y yo pago, es ése el trato?

–No hace falta ofender inútilmente, señor Alfonso.

–Puede irse, si lo desea.

–¿Y luego arrepentirme de haber claudicado demasiado pronto? ¡No gracias! El estaba confirmando lo que ya sabía de antemano.

–¿De verdad desea llevar a cabo esos proyectos?

–¡Por supuesto! De otro modo no estaría aquí. Ya le he dicho que mi tiempo vale mucho también.

–¿Entonces, cuál sería su contribución?

 –Si usted dona las propiedades a la ciudad con la condición de que se transformen en jardines, y en un parque respectivamente, yo haré el diseño gratis, las plantas, y el trabajo en general.

Pedro alzó la ceja y dijo:

 –Es excesivamente generoso de su parte... ¿Qué la lleva a ello?

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