lunes, 6 de noviembre de 2017

Enemigos: Capítulo 66

El lugar se había transformado. Los listones de madera estaban lijados y pulidos. En una esquina había una estufa de aceite lista para proporcionar calor para las noches de frío invierno, y en otra esquina había un sofá cubierto de cojines y una alfombra a sus pies.Era el lugar más acogedor que había visto en su vida. Las lucecitas de lasparedes hacían que pareciera una cueva mágica.Dió un paso hacia delante y volvió a sentir la suavidad bajo los pies. Bajó lavista y vió los pétalos de rosa. Pétalos de rosa que formaban una alfombra roja que se dirigía no hacia la cama, sino hacia una mesita. En la mesa había una caja pequeña y bonita. Paula la miró y luego dirigió la vista hacia Pedro. El corazón le latía con fuerza.

–Ábrela –él no se había movido del umbral.

Tenía una expresión cauta enlos ojos, como si no estuviera muy seguro de cómo iba a tomárselo.

–¿Tú has hecho todo esto? –preguntó Paula girando sobre sí misma.

–Sé que no eres feliz, y también sé que cuando estás triste necesitas ir a algún sitio a estar sola. Preferiría que no tuvieras que escapar de mí, pero, si lo haces, entonces quiero que estés cómoda.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.

–Nuestro matrimonio no funciona.

–Lo sé. Y supongo que no es extraño dadas las circunstancias –aseguró con voz indecisa–. Tengo tantas cosas por las que disculparme que no sé por dónde empezar.

No era la respuesta que ella esperaba.

–Podrías empezar diciéndome por qué hay pétalos de rosa por todas partes.

Pedro se pasó la mano por la nuca.

–Todavía me avergüenza recordar nuestra noche de boda. Nunca podré olvidar la imagen de verte de rodillas recogiendo los pétalos que yo había encargado de forma tan inconsciente. Herí tus sentimientos.

–Pensé que era una burla de nuestra relación. No era algo romántico. Nunca ha sido algo romántico –se le formó un nudo en la garganta–. Esos pétalosde rosa...

–Fueron una manipulación por mi parte, lo admito. Pero estaba manipulando a la gente de nuestro alrededor, no burlándome de tí. Estos los he colocado yo mismo.

–¿Y por qué lo has hecho? –Paula seguía sin entenderlo.

–Estaba intentando hacerte feliz. Quería verte sonreír –afirmó él alzando las manos en gesto de desesperación–. ¿Qué tengo que hacer?

Paula sintió que las lágrimas le escocían los ojos, pero esta vez no pudo contenerlas y le resbalaron por las mejillas.Pedro maldijo entre dientes y la estrechó entre sus brazos con tanta fuerza que se quedó sin respiración.

–Dios mío, nunca te había visto llorar. Si los pétalos te van a entristecer tanto, los quitaré. Por favor, no llores. Estoy intentando con todas mis fuerzas complacerte, pero sigo sin conseguirlo. Dime qué tengo que hacer y lo haré.

Paula sintió cómo le aumentaba la tensión en el pecho.

–Te lo agradezco, de verdad, pero no tienes que esforzarte tanto. Es muy humillante cuando sé que nos dirigimos de cabeza al divorcio.

Pedro palideció.

–¿Un divorcio? ¡No! No accederé a divorciarme, pero haré cualquier otra cosa que me pidas. Sé que no me quieres, pero eso no significa que no podamos ser felices.

–¡No soy yo la que quiere divorciarse, eres tú! Y sí te quiero, ese es el problema –las palabras salieron de su boca como olas rompiendo contra las rocas,erosionando las barreras que había construido entre ellos–. Creo que siempre te he querido. Una parte de mí se enamoró al verte enseñar a nadar a tu hermana.Eras muy paciente con ella. Yo soñaba con que Gonzalo hiciera lo mismo por mí,pero él solo me hacía aguadillas. Te amé cuando me dejaste utilizar la cabaña de pescadores sin decírselo a nadie. Y te seguía amando cuando hicimos el amor –los sollozos la hacían sonar casi incoherente–. Y te amaba cuando me casé contigo. Siempre te he amado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario